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El pequeño Pataxú, Tristan Derème

Mubarak más allá de lo humano, novela digital

 
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Celeste



Registrado: 05 Jul 2013
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MensajePublicado: Dom Oct 19, 2014 2:56 am    Tí­tulo del mensaje: Mubarak más allá de lo humano, novela digital Responder citando


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"A la mente le fascina flagelarse con el ayer
o sufrir con el mañana,
mientras la vida se escapa en el ahora".


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Celeste



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MensajePublicado: Dom Oct 19, 2014 3:03 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

FRAGMENTO DEL CAPITULO I


El sábado 5 de agosto Eduardo Sanjuán se despierta por sí mismo a las 8:00 de la mañana. Incidente sumamente extraño si pensamos que todos los fines de semana Eduardo suele dormir a pierna suelta y sin almohadas hasta el mediodía; minutos más, minutos menos. Por otra parte, igual sucedió el fin de semana pasado y el antepasado.

En la cama y despierto del todo pensó que se estaba poniendo viejo, pues bien conocido es que los ancianos se despiertan con los pájaros y se acuestan con las gallinas. No en el mismo árbol ni en el mismo gallinero, sino a las mismas horas. Y tampoco se despertó porque a esa edad su espíritu fuera camino a convertirse en ave, sino porque al parecer se le había trastocado el mecanismo del tiempo.

Eduardo estaba viviendo algo similar a un tiempo sin tiempo por causa de su ex mujer. En otras palabras vivía un remanso después de pertinaz divorcio que no sabía temporal o permanente. Una de las causales fue que su ex mujer no soportaba desayunar sola los fines de semana y mucho menos hacer la cama con un hombre durmiendo encima, a pierna suelta y sin almohadas. “Mira tú, Eduardo, en qué momento vino a suceder que abrieras los ojos voluntariamente. Si esto te hubiese pasado antes, no te divorcias” se dijo a sí mismo.

Reincidente tres veces: De Alicia, la primera esposa, estuvo enamorado con ímpetu de caballo con el resultado de dos hermosos potros. Luego del divorcio fue padre de domingos después de las doce hasta el día en que la ex le dijo que se casaba nuevamente y que ahí le mandaría los niños cada verano consecutivo, porque se iban fuera de la ciudad, que cumpliera con lo que se esperaba de un buen padre.

La segunda vez se enamoró de la novia más que de la esposa. Aquel enamoramiento fue de insomnio y dientes amarillos por el café y el tabaco. Ella estaba casada. No felizmente, pero casada. La amó muchísimo cuando no la tenía. La veía en un sueño recurrente por la orilla de la playa; montaba un caballo blanco y vestía velos transparentes; sus cabellos flotantes de Godiva le cubrían los senos redondos y firmes. Es probable que algún psicoanalista tradujese que el sueño se debía a que Brenda —que así se llamaba—, solamente era suya en los pensamientos. Sufrían ambos de un raro romanticismo sudado. Un día cualquiera ella se le presentó en su casa y le dijo que ya, que la llamaran adultera y la dejaran económicamente en la calle, pero igual venía a vivir con él. En esa noche por primera vez desde que la conocía, los sueños recurrentes se esfumaron sin dejar siquiera las huellas del caballo sobre la arena húmeda. El amor duró lo que tenía que durar. Brenda se aburrió al mismo tiempo que Eduardo, quien acepto el divorcio a regañadientes, y no porque no deseara sentirse libre del yugo, sino porque era conservador y dos divorcios al hilo, a la edad de 31 años, demostraban anarquía social. Eduardo estaba furioso; discutieron, hizo sus maletas y como remache al baúl, dijo “Gracias por las migajas; no imaginas las veces que te imagine entregarte completa, no eres más que una avara”. A lo que ella respondió: “Qué otra cosa podía yo hacer. Puedes encender leña pero no sirves para asar la carne blanca”.
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