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El pequeño Pataxú, Tristan Derème

NOVELA NEGRA
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Germánico



Registrado: 14 Oct 2006
Mensajes: 11115
Ubicación: En el V Regimiento, a las órdenes de Lukánikos Aristós

MensajePublicado: Lun Mar 31, 2014 11:51 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Yo compré de oferta hace años un buen lote de novelas de Maigret. Leí dos, creo, y ahí me quedé.
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Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de absoluta oscuridad. Peligro constante. No es seguro volver con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito.
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Raskolnikov



Registrado: 25 Dic 2009
Mensajes: 4982
Ubicación: Esperando en el Desfiladero del Borgo

MensajePublicado: Lun Mar 31, 2014 2:00 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Nausícaa escribió:
A mi tampoco me acaba de gustar. Prefiero otros autores

Yo también prefiero a otros autores, en general. Pero si hablamos de novela negra (de la cual no es que sea especialmente seguidor) posiblemente sea el que más me ha llenado.
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Nausícaa



Registrado: 29 Oct 2011
Mensajes: 6249
Ubicación: Con los pies en la tierra y la cabeza en las nubes

MensajePublicado: Lun Mar 31, 2014 3:09 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Raskolnikov escribió:
Nausícaa escribió:
A mi tampoco me acaba de gustar. Prefiero otros autores

Yo también prefiero a otros autores, en general. Pero si hablamos de novela negra (de la cual no es que sea especialmente seguidor) posiblemente sea el que más me ha llenado.


Me refería a autores de novela negra. Me quedo con Raimond Chandlery Dashiell Hammett, sobre todo como pioneros. Más posteriores, me gusta mucho James Ellroy y Erle Stanley Gardner. Los europeos... no me acaban, la verdad, salvo Vázquez Montalbán y si se puede considerar asi, Somoza.
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Somos el tejido del que están hechos nuestros sueños. (W. Shakespeare)
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toni



Registrado: 02 Mar 2009
Mensajes: 3043
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MensajePublicado: Lun Mar 31, 2014 6:33 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Me entretuvo (que no es poco) el primero de Maigret.
Comenzaré pronto Un oscuro fin de verano, Inger Wolf. No sé si habéis leído algo de la autora pero me apetece uno cortito antes de pasar a otras lecturas.
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Así se las ponían a Fernando VII
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Raskolnikov



Registrado: 25 Dic 2009
Mensajes: 4982
Ubicación: Esperando en el Desfiladero del Borgo

MensajePublicado: Lun Mar 31, 2014 7:41 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Nausícaa escribió:
Me quedo con Raimond Chandler

Pues mira qué diferencia. Yo hace poco leí El sueño eterno y, la verdad, ni fu ni fa. Ya lo dije por aquí, creo.

Wink
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Hagakure



Registrado: 27 Ene 2010
Mensajes: 4425
Ubicación: Barcelona.

MensajePublicado: Lun Mar 31, 2014 9:10 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Fracaso total. He abandonado la lectura de El paso de la frontera, de Simenon.
Muy aburrido.. Una historia costumbrista que no me ha despertado el más mínimo interés. Pesadote, pesadote.
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Tierra, agua, fuego, aire, vacío.

La Balada del Café Triste
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Derfel



Registrado: 04 Jun 2007
Mensajes: 2814
Ubicación: Spandau

MensajePublicado: Mar Abr 01, 2014 10:39 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Simenon tiene dos tipos de novelas claramente diferenciadas:

-las protagonizadas por el célebre Comisario Maigret (siempre se dice eso de célebre, no sé por qué). Se trata de novelas policiacas de crímenes pequeñoburgueses, en un ambiente para mí muy atractivo (periodo entreguerras, París, Francia, Bélgica...). REconozco que hay que cogerles un poco el tranquillo, es muy probable que las dos o tres primeras te parezcan que ni fú ni fa. No hay atrocidades ni acción trepidante. Sí descripción magistral de ambientes y personas. Ganan muchísimo cuando uno ya se ha hecho con el personaje.

-el resto: son novelas en las que, con un estilo similar, se da un enfoque completamente diferente. Las suelen protagonizar individuos anodinos que en un momento puntual de sus vidas rompen con todo. Según entiendo, pretenden comprender algo en lo absurdo de la condición humana. A mi me gustan, pero menos que las otras.

Me hace gracia porque parece como si Simenon escribiera cada tipo de novelas con una de las dos partes de su mente: las de Maigret, con la parte racional y civilizada; las otras, con la zona oscura (esa que todos tenemos, creo).
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Raskolnikov



Registrado: 25 Dic 2009
Mensajes: 4982
Ubicación: Esperando en el Desfiladero del Borgo

MensajePublicado: Mar Abr 01, 2014 1:55 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Derfel escribió:
Se trata de novelas policiacas de crímenes pequeñoburgueses, en un ambiente para mí muy atractivo (periodo entreguerras, París, Francia, Bélgica...)

Esos tejados de pizarra bajo la lluvia... ¿Cómo no le van a entrar ganas a uno de beber cerveza al lado de la estufa? (para mí es una relación muy lógica).

Siento el fracaso, Hagakure. Pero insisto en que el relato Maigret y el ladrón perezoso merece ser leído Wink
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Germánico



Registrado: 14 Oct 2006
Mensajes: 11115
Ubicación: En el V Regimiento, a las órdenes de Lukánikos Aristós

MensajePublicado: Mar Abr 01, 2014 2:15 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Leí hace la pussssssssssssssssssssssssssssssss una historia de García Márquez, "El mismo cuento distinto", que era el relato del RECUERDO que él tenía de una historia de Maigret, creo, o al menos de Simenon. Muy curioso
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Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de absoluta oscuridad. Peligro constante. No es seguro volver con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito.
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Derfel



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Ubicación: Spandau

MensajePublicado: Mar Abr 01, 2014 3:56 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Germánico escribió:
Leí hace la pussssssssssssssssssssssssssssssss una historia de García Márquez, "El mismo cuento distinto", que era el relato del RECUERDO que él tenía de una historia de Maigret, creo, o al menos de Simenon. Muy curioso


Anda, mira por dónde, también leí yo esa historia.

Te explico: cuando la editorial Tusquets decidió publicar la obra completa de Simenon (cosa que no hizo después), comenzó por un librito a modo de presentación del personaje de Maigret, en el que se incluia ese relato de García Márquez y, a continuación, la propia historia de Maigret recordada, que era un cuento (excelente, por cierto).

Rodion, y qué me dices de las calle de París oliendo a croissants recién hechos?
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Raskolnikov



Registrado: 25 Dic 2009
Mensajes: 4982
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MensajePublicado: Mar Abr 01, 2014 9:13 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Derfel escribió:
Rodion, y qué me dices de las calle de París oliendo a croissants recién hechos?

Se corre un riesgo altísimo de coger el vicio del tabaco (en pipa, claro)
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Hagakure



Registrado: 27 Ene 2010
Mensajes: 4425
Ubicación: Barcelona.

MensajePublicado: Mar Abr 01, 2014 9:54 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Bueno, no pasa nada. (queda mucha Liga Laughing)

Probaré con Maigret. Intuyo que si me gustará.
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Derfel



Registrado: 04 Jun 2007
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MensajePublicado: Mie Abr 02, 2014 3:32 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Germánico escribió:
Leí hace la pussssssssssssssssssssssssssssssss una historia de García Márquez, "El mismo cuento distinto", que era el relato del RECUERDO que él tenía de una historia de Maigret, creo, o al menos de Simenon. Muy curioso


Mira lo que he encontrado por aquí...Excelente!

El mismo cuento distinto

Uno de los cuentos que más me impresionaron en mi breve juventud fue para mí un enigma sin solución hasta hace seis meses. No sabía cuál era el título, ni quién lo había escrito, ni en qué idioma, ni en qué antología lo había leído. Necesité cuarenta y cuatro años de averiguaciones para saberlo todo. Pero ése no fue el final: ahora que he podido leerlo de nuevo me ha parecido tan impresionante como lo recordaba, en efecto, pero por motivos distintos.
La primera vez que lo leí, en 1949, había hecho una pausa en mis primeras armas de periodistas, y andaba vendiendo enciclopedias y libros técnicos a plazos por los pueblos de la Guajira colombiana. En realidad era un pretexto para reconocer la región donde había nacido mi madre, y sobre todo donde la habían mandado sus padres para contrariar sus amores con el telegrafista de Aracataca. Quería en primer término compararla con lo que había oído decir desde niño, porque había presentido que allí estaban mis raíces de escritor.
Tanto tiempo me sobraba para leer, que cuando se me acababan mis libros pasaba largas horas en las pobres fondas del camino leyendo los de mi muestrario de vendedor: técnica quirúrgica, tratados de derecho, ingeniería de puentes, y en casos extremos, los diez tomos de la enciclopedia ilustrada. Pero siempre encontraba amigos que me prestaran otros. No recuerdo cuál de ellos me regaló una antología de cuentos policíacos, que leí con el alma en un hilo en el hotel que tenía Víctor Cohen en la plaza mayor de Valledupar. Allí estaba el cuento.
El argumento, como lo recordé siempre, era el de un sospechoso que dos detectives seguían sin piedad por las calles de París durante días y noches, con la tarde o temprano se viera forzado a volver a su casa, donde estaban las únicas pruebas para acusarlo. Como me ha ocurrido siempre con los cuentos policiales y con la vida misma, no se me quedó metido en el alma el encarnizamiento de los perseguidores sino la angustia del perseguido.
El negocio de los libros a plazos terminó mal, y tuve que dejarle a Víctor Cohen un vale firmado por unos dos meses de hotel. Le dejé además mis muestrarios de libros a plazos, que ya no me hacían falta, y dos o tres de literatura y leídos. Entre ellos, estoy seguro, la antología de cuentos policíacos.
Seis años después, ya con una carrera de reportero y publicada mi primera novela, me encontré varado en París. Era un otoño lánguido y la ciudad era la de sus novelistas: el cielo bajo y ceniciento, el humo de las castañas asadas en los braseros de la calle, los cerdos enteros adornados con claveles de papel en el alar de las carnicerías, los últimos acordeones del verano que se fue. En mitad del puente de Saint-Michel, una ráfaga de viento glacial me obligó a refugiarme en el café más cercano.
Era un lugar tibio y bien iluminado, como los de Hemingway, con parejas de novios cuyos largos besos se repetían muchas veces en los espejos de las paredes, y jubilados de guerra enardecidos por las noticias de Argelia. Me senté cerca de la vitrina de la calle, fingiendo leer el periódico, pero en realidad pendiente de las barcazas de remolque que navegaban despacio por el Sena como cabañas a la deriva, con pañales de recién nacidos colgados a secar y perros escuálidos que les ladraban desde la borda a las gárgolas de Notre-Dame. De pronto tuve la sensación nítida de que alguien me miraba. Lo busqué por encima del hombro, y allí estaba.
Era un hombre duro, con una barba de tres días y ropas de malandrín, que me miraba sin piedad desde un rincón apartado. Bajé la vista al periódico y fingí leer. Cuando volví a mirar, el hombre seguía allí, mirándome impávido. Fue una falsa alarma. Pero en ese instante, más que la tarde en que leí el cuento, volví a vivir el pavor del perseguido. Sólo entonces caí en la cuenta de que ni siquiera recordaba el final, y me hice el propósito de encontrarlo para releerlo con más atención.
Recordaba que el libro en que lo leí tenía no menos de cuatrocientas páginas, pero había olvidado quién me lo prestó y si de veras estaba entre los que dejé en el hotel de Víctor Cohen. Debía ser impreso en Buenos Aires, como la mayoría de nuestras lecturas de la época, y tal vez por Santiago Rueda, pues era de formato grande y letras cómodas para leer, como solían ser los libros de esa editorial. Por el género, por el país y por la época, tenía que ser una de las tantas antologías de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Lo demás que logré recordar era algo tan incierto como que en el mismo libro había un cuento de Apollinaire cuyo protagonista era un marinero con un loro en el hombro. No encontré a nadie que me diera una pista.
Lo raro era entonces que había leído varios libros de Georges Simenon, y no lo había referido nunca al cuento tan buscado. Era ya un autor legendario, aunque no tanto por sus libros como por el modo de escribirlos, y por su fecundidad casi irracional. Se decía que terminaba uno cada sábado, que había escrito varios dentro de la vitrina de su editorial para que los peatones pudierna dar fe de la rapidez de su maestría, o que estaba dándole la vuelta al mundo en un yate par aumentar su rendimiento a uno por día.
No fue en el París de la guerra de Argelia, sino en el México florido de 1965, cuando leí un cuento al azar, y encontré un nombre que me hizo saltar de la silla: Maigret. Entonces, como en una revelación sobrenatural con doce años de retraso, recordé que así se llamaba el inspector que perseguía al sospechoso de mi cuento inolvidable. De modo que el autor, sin ninguna duda, era Geroges Simenon.
Era apenas un paso, por supuesto, porque encontrar un cuento suelto de Simenon sin conocer el título era como buscarlo en el fondo del océano. Consulté a expertos en su obra, entre ellos Álvaro Mutis, que alguna vez me había propuesto firmar una carta junto con otros dos mil escritores del mundo para exigir que le aumentaran el sueldo al inspector Maigret. Nadie reconoció el argumento que yo contaba ya como un disco rayado. Aburrido de tanto oírlo, Álvaro Cepeda Samudio me dijo:
"De todos modos escríbalo usted, porque es un cuento del carajo que necesita existir".
A veces revisaba catálogos de Simenon en bibliotecas y librerías, con la esperanza de encontrarlo en sentido contrario: el argumento por el título. Fue inútil. Tres amigos que me oyeron contar el cuento por separado estaban seguros de tenerlo, y me mandaron copias de diferentes cuentos de Simenon que les parecían iguales al que yo contaba. En realidad, ninguno era igual. Por primera vez me hice entonces la pregunta tremenda: "¿Y si no fuera de Simenon?".
En una primavera de los años setenta, mientras hacía tiempo para una cita en un café de Ginebra, vi sentarse en una mesa cercana a un hombre de unos setenta años, de gabardina clara y sombrero blando, y con un paraguas colgado del brazo. El mesero que me servía me susurró una confidencia irresistible:
BELGIUM - CIRCA 1994: un sello impreso en la muestra Bélgica Georges Simenon, escritor, alrededor de 1994 Foto de archivo - 12877346
Sello impreso en la muestra "Bélgica Georges Simenon, escritor", alrededor de 1994
"Es el escritor Simenon".
Miré por encima del periódico, y lo vi leyendo el suyo mientras mordía una pipa apagada. No hubiera podido reconocerlo por las fotos, pues tenía la misma cara de belga desconocido que él le había puesto a Maigret. Poco antes había anunciado su retiro de las letras, pero no parecía cansado por la edad ni por el éxito implacable sostenido gota a gota durante casi treinta años. Pensé un largo rato que no había estado nunca tan cerca de la solución de mi enigma, pero no fui capaz de acercármele, aun sabiendo que teníamos varios amigos comunes. Después me pregunté si él tendría tiempo y memoria para acordarse de sus propios cuentos extraviados.
En abril de 1983 entré en una casa de amigos, durante el festival de música de Valledupar, y encontré a todos los invitados alrededor de un anciano que bailaba como un artista con una reina de la belleza. Era impecable, todo de lino blanco, con un sombrero de paja muy fino, lentes sin moldura, y zapatos de caribe puro: blancos, con punteras y contrafuertes negros. Era Víctor Cohen, con los noventa y tres años mejor bailados que he visto en mi vida. Al final de la pieza se me acercó con su educación patriarcal y su buen humor, y me entregó un papelito como una tarjeta de visita.
"Te tengo este regalo", me dijo.
Era el vale por novecientos pesos colombianos que nunca le pagué. Aquel fue el acontecimiento de la fiesta, del cual se habla todavía con los visitantes de Valledupar. Sin embargo, aun antes de agradecerle su grandeza, le pregunté a Víctor Cohen si al cabo de treinta y cuatro años no le quedaría por casualidad alguno de los libros que le dejé. En su biblioteca, pequeña pero muy bien ordenada, había tres. Ninguno era el que buscaba.
Fue Julio Cortázar, en medio de una tempestad bíblica en la noche de Managua, quien me puso al borde del abismo. Habíamos hablado durante varias horas sobre cuentos de perseguidos, que era una más de sus tantas especialidades, y de pronto me acordé de Simenon. Fue increíble: antes de que acabara de contar el argumento, Cortázar me dijo con su hermosa voz baritonal y sus erres arrastradas:
"Ese cuento se llama L'homme dans la rue, y forma parte de una colección titulada Maigret et les petits cochons san queue".
Me pareció que sería tan fácil encontrarlo, que no le pedí más detalles. Grave error, pues poco después compré en cualquier mercado de saldos una edición vagabunda en español, y no incluía el cuento que buscaba. En vez de insistir con una edición más confiable y en francés, lo tomé como una equivocación de Cortázar, que había muerto poco antes, y archivé el problema. Ahora, frente a la edición original, me doy cuenta de que son nueve cuentos, mientras que en la edición pirata en español sólo publicaron seis.
Hacía ya diez años que había renunciado a la búsqueda, en la primavera de sustos electorales de 1993, cuando Beatriz de Moura me contó en Barcelona su proyecto astronómico de publicar por primera vez en español la obra completa de Simenon en doscientos catorce volúmenes, empezando este año y terminando en el tercer milenio. La oí con tanto entusiasmo que me sugirió escribirle una nota de presentación. Ahora sé que me lo dijo en broma y con la seguridad de que le diría que no. Pero mi respuesta fue en serio.
"Te lo escribo", le dije, "si me encuentras un cuento de Simenon que se llama L'homme dans la rue".
Eran las once de la noche, y acabábamos de cenar en La Balsa, el restaurante de Toni López en los altos de Bonanova. A las nueve de la mañana del día siguiente recibí la copia. El enigma que parecía sin fin estaba resuelto: era, como Cortázar lo había dicho, uno de los nueve cuentos de Maigret et les petits cochons san queue.
Lo leí en el acto, de pie, en el mismo lugar de la casa en que lo recibí. En la tercera página, muy al modo de Simenon, estaba el resumen de todo el drama en una frase de un solo aliento: "Así empezó una cacería que iba a prolongarse durante cinco días y cinco noches, por entre transeúntes apresurados, en un París indiferente, de bar en bar, de taberna en taberna; por un lado un hombre solo, por otro Maigret y sus inspectores, que se turnaban en la persecución y que, a fin de cuentas, acabaron tan exhaustos como su perseguido".
Ahí tenía, por fin, el cuento perdido. Sin embargo, el enigma de tantos años llevaba dentro otro enigma mayor, pues el relato era el mismo, en efecto, pero no era igual a como lo recordaba. Primero porque no estaba contado desde el punto de vista del perseguido, como yo creía, sino desde el punto de vista de Maigret, el perseguidor, y esto alteraba el orden de la compasión. Segundo, porque la intriga policial no estaba resuelta con la simplicidad con que la recordaba, sino como las grandes páginas de la literatura: con un sacrificio de amor. Una evidencia más de cómo puede la vida cambiar la esencia de un cuento, y cambiarnos a nosotros el modo de amar, sólo para delatar y corregir las frivolidades compasivas de la memoria. Aunque sólo hubiera sido por eso, valía la pena haber perdido un cuento por casi medio siglo.

Cartagena de Indias, 1993
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pedrillo71



Registrado: 12 Nov 2011
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Ubicación: He vuelto

MensajePublicado: Mie Abr 02, 2014 3:38 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

He estado escribiendo un relato histórico para el futuro certamen de Hislibris y realmente me ha salido un relato de género negro (época de Raymond Chandler) donde lo histórico es una impostura, realmente. ¿Sabéis de algún foro en que se puedan compartir relatos de serie negra?
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Si eres capaz de escribir por placer, escribirás para siempre. Stephen King.
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juanrio



Registrado: 24 Oct 2007
Mensajes: 10771
Ubicación: Vicus Albus

MensajePublicado: Mie Abr 02, 2014 4:19 pm    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

Acabo de leerme el cuento de Maigret, El hombre de la calle...es mejor la historia de Gabo que el cuento, pero es que leyendo he recordado porque no me entusiasma Simenon, aunque tendría que probar con una historia mas larga.
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"Soy el hombre delgado que no flaqueará jamás"

Pedro Casariego

«Quien se arrodilla ante el hecho consumado, es incapaz de afrontar el porvenir» (León Trotsky).
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