Registrado: 01 Feb 2009 Mensajes: 1631 Ubicación: noroeste
Publicado: Sab Ene 30, 2016 3:54 pmTítulo del mensaje:
Leído el ameno (y breve) libro La noche que Frankenstein leyó el Quijote de Posteguillo, disfruto ahora con la lectura de En el jardin de las bestias de Erik Larson.l
Registrado: 15 Oct 2006 Mensajes: 14910 Ubicación: Kallipolis
Publicado: Dom Ene 31, 2016 7:31 pmTítulo del mensaje:
Finiquitado Más allá de la ciudad. El pensamiento político de Sócrates, de José Solana Dueso (Institución Fernando el Católico). Libro árido y no apto para iniciados, creo yo; Solana elabora su análisis de la filosofía socrática apoyándose (obviamente, por otro lado) en los diálogos platónicos (Político, República, Gorgias, Apología , Protágoras...) e incluso los pseudoplatónicos (el Primer Alcibíades -o Alcibíades I, como lo llama Solana-), y también en las obras socráticas de Jenofonte. Buen libro, algo repetitivo en ocasiones (no sé qué pasa que de vez en cuanto te encuentras ensayos que parece que les falta la última mano de barniz, caramba); Solana recorre las tesis básicas del pensamiento de Sócrates (nadie hace el mal voluntariamente, mejor sufrir una injusticia que cometerla, la virtud no puede enseñarse, lo bueno es bello y virtuoso...), analiza los antecedentes orfico-pitagóricos de su doctrina (la teoría de la inmortalidad del alma, la separación cuerpo-alma), estudia con detalle la "misión divina" de Sócrates, su mandato délfico y cómo el cumplimiento del mismo le lleva a implicarse, siempre de manera indirecta, en la política de su ciudad, es decir: cómo la misión individual y de carácter moral que Sócrates entiende que le encarga Apolo, deviene una tarea de alcance colectivo y sentido político. En cuanto a esto último, incide Solana en la crítica socrática al sistema democrático, que sería el germen del posterior régimen de "filósofos-reyes" que idearía Platón. En ese sentido, vale la pena destacar el análisis que hace Solana del Protágoras de Platón, en el que según el autor (y no solo él) se muestra el paradigma del funcionamiento democrático, que Protágoras explica mediante un mito (todos los hombres poseen el saber que permite "hacer política": el de distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto), y cómo ese paradigma choca con la concepción socrática (no es cierto que todos posean ese saber: quien está enfermo no busca a cualquiera sino a alguien que sepa curar, un médico; quien tiene un barco no contrata a cualquiera sino a alguien que sepa pilotar la nave, un piloto; y con la política sucede lo mismo: para gobernar una ciudad hay que acudir a los expertos, si los hay, no a cualquiera, no a la masa del pueblo. ¿Y quiénes son esos expertos? He ahí la misión socrática: ha de buscarlos).
En fin, un ensayo interesante y muy potable, cuyo mejor resumen es el epílogo con el que Solana lo concluye:
Cita:
En la segunda mitad del siglo V a.C., de la mano de Protágoras de Abdera, la filosofía pasa a incluir entre sus ocupaciones y debates lo relativo a los asuntos humanos, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Este pionero de la filosofía política ofrece de la polis y de la convivencia humana una teoría ajustada al modelo de la democracia vigente en la Atenas de Pericles. A la pregunta de quién debe gobernar responde el sofista diciendo que todo ciudadano tiene un sentido de la justicia que le capacita para elegir a sus magistrados o para ser elegido. La competencia para determinar quién debe gobernar corresponde al cuerpo electoral formado por toda la ciudadanía. Las respuestas a las cuestiones políticas hay que buscarlas en el interior de la ciudad.
Sócrates, por el contrario, ofrece un planteamiento alternativo e incompatible con el de Protágoras. Incompatible porque afirma que no todos son sabios en materia política, como no todos lo son en medicina o en el arte de la navegación. Alega Sócrates que el conocimiento experto es el único criterio válido en el ejercicio de cualquier actividad. Debe gobernar la ciudad el experto en política como debe pilotar la nave el experto en navegación. Esta tesis socrática del gobierno de los sabios obliga a responder a una pregunta crucial: ¿Quién es el sabio en asuntos políticos?
La respuesta a esta pregunta exige a Sócrates salir de la ciudad y en esta exigencia se halla el punto original de su pensamiento, el que actúa como fulcro para el giro completo que experimentará la filosofía griega tras los presocráticos y los sofistas. La respuesta socrática a la pregunta crucial la hallamos en la Apología de Platón: «De mi sabiduría, si hay alguna y cuál es, os voy a presentar como testigo al dios que está en Delfos» (20e). En el Alcibíades I se expresa de modo semejante: «Mi tutor es un dios [...] que únicamente se manifestará a ti a través de mí» (124c).
Sócrates es el sabio porque así lo ha dicho el dios de Delfos.
Esta posición inserta a Sócrates en la estela del pitagorismo y lo enfrenta a la filosofía presocrática en su conjunto y no solo a los sofistas. De ahí que Sócrates rechace tanto el saber de los fisiólogos sobre la naturaleza (la gran tradición que se inicia con Tales de Mileto) como el de los poetas, los políticos y los oradores. Sócrates solo admite los saberes de los técnicos, si bien estos saberes son limitados a una parcela (zapatero a tus zapatos) y son, además, vulgares, porque se relacionan con asuntos del cuerpo. La ciencia verdaderamente importante es la que atañe al alma y a la vida post mórtem.
Si el alma y la vida post mórtem es lo más valioso, la vida de la polis, con su atención puesta en el cuerpo y en sus intereses, deberá supeditarse a la primera. Con razón podríamos calificar esta doctrina como teología política. La existencia de una divinidad, que legitima al gobernante, equivale a una especie de primer motor en el mundo de la política.
A Sócrates y a nadie más corresponde la inspiración inicial que originó el gran giro de la filosofía griega. Esta inspiración toma como base teórica la teología órfica, mediada por la experiencia institucional del grupo pitagórico. Si el esbozo del edificio fue concebido por Sócrates, la ejecución correspondió a Platón, su discípulo más destacado.
El efecto más notable del giro socrático fue el colorido religioso de las filosofías que en el futuro se reclamarán del socratismo. La religión y la filosofía, que en la tradición presocrática, con la excepción del pitagorismo, llevaban caminos separados, no necesariamente antagónicos, con Sócrates y Platón se entrelazarán incluso hasta confundirse. Es mérito o demérito de Sócrates el haber hecho aceptables para la filosofía los presupuestos teóricos de la teología.
Aun cuando las creencias órficas constituyen la base de la teoría socrática del alma, hay que recordar, como critica Platón (República 364be), que la religión órfica había alcanzado una cierta degradación a manos de adivinos y charlatanes que obtenían ganancias con sus prácticas y sus ritos catárticos. El pitagorismo, que adopta una buena parte de la teología órfica, prescinde de estos aspectos sociales de carácter popular para ofrecer una versión del orfismo más próxima a los propósitos de la filosofía.
Cuando algunos autores se preguntan por qué Sócrates no fundó una religión, la respuesta es sencilla: porque su religión ya estaba fundada y eran los misterios órficos en la versión pitagórica. Faltaba solamente borrar la frontera y hacer mutuamente hospitalarias, con las reformas que fueran precisas, la religión y la filosofía. El diálogo socrático que se atiene al logos y al argumento coexiste y convive con el oráculo de Delfos, el arte de la adivinación y la voz divina o daimónion.
La fusión de religión y filosofía da como resultado la filosofía socrática, que bien merece el nombre de teología política.
Cambio ahora de registro y me pongo con el siguiente de Somoza: La llave del abismo(Plaza y Janés):
_________________ Otros pueblos tienen santos, los griegos tienen sabios.
Friedrich Nietzsche
La vida solo puede ser comprendida mirando atrás, pero solo puede ser vivida mirando adelante.
Søren Kierkegaard
Publicado: Dom Ene 31, 2016 8:11 pmTítulo del mensaje:
cavilius escribió:
Finiquitado Más allá de la ciudad. El pensamiento político de Sócrates, de José Solana Dueso
Oculto:
(Institución Fernando el Católico). Libro árido y no apto para iniciados, creo yo; Solana elabora su análisis de la filosofía socrática apoyándose (obviamente, por otro lado) en los diálogos platónicos (Político, República, Gorgias, Apología , Protágoras...) e incluso los pseudoplatónicos (el Primer Alcibíades -o Alcibíades I, como lo llama Solana-), y también en las obras socráticas de Jenofonte. Buen libro, algo repetitivo en ocasiones (no sé qué pasa que de vez en cuanto te encuentras ensayos que parece que les falta la última mano de barniz, caramba); Solana recorre las tesis básicas del pensamiento de Sócrates (nadie hace el mal voluntariamente, mejor sufrir una injusticia que cometerla, la virtud no puede enseñarse, lo bueno es bello y virtuoso...), analiza los antecedentes orfico-pitagóricos de su doctrina (la teoría de la inmortalidad del alma, la separación cuerpo-alma), estudia con detalle la "misión divina" de Sócrates, su mandato délfico y cómo el cumplimiento del mismo le lleva a implicarse, siempre de manera indirecta, en la política de su ciudad, es decir: cómo la misión individual y de carácter moral que Sócrates entiende que le encarga Apolo, deviene una tarea de alcance colectivo y sentido político. En cuanto a esto último, incide Solana en la crítica socrática al sistema democrático, que sería el germen del posterior régimen de "filósofos-reyes" que idearía Platón. En ese sentido, vale la pena destacar el análisis que hace Solana del Protágoras de Platón, en el que según el autor (y no solo él) se muestra el paradigma del funcionamiento democrático, que Protágoras explica mediante un mito (todos los hombres poseen el saber que permite "hacer política": el de distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto), y cómo ese paradigma choca con la concepción socrática (no es cierto que todos posean ese saber: quien está enfermo no busca a cualquiera sino a alguien que sepa curar, un médico; quien tiene un barco no contrata a cualquiera sino a alguien que sepa pilotar la nave, un piloto; y con la política sucede lo mismo: para gobernar una ciudad hay que acudir a los expertos, si los hay, no a cualquiera, no a la masa del pueblo. ¿Y quiénes son esos expertos? He ahí la misión socrática: ha de buscarlos).
En fin, un ensayo interesante y muy potable, cuyo mejor resumen es el epílogo con el que Solana lo concluye:
Cita:
En la segunda mitad del siglo V a.C., de la mano de Protágoras de Abdera, la filosofía pasa a incluir entre sus ocupaciones y debates lo relativo a los asuntos humanos, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Este pionero de la filosofía política ofrece de la polis y de la convivencia humana una teoría ajustada al modelo de la democracia vigente en la Atenas de Pericles. A la pregunta de quién debe gobernar responde el sofista diciendo que todo ciudadano tiene un sentido de la justicia que le capacita para elegir a sus magistrados o para ser elegido. La competencia para determinar quién debe gobernar corresponde al cuerpo electoral formado por toda la ciudadanía. Las respuestas a las cuestiones políticas hay que buscarlas en el interior de la ciudad.
Sócrates, por el contrario, ofrece un planteamiento alternativo e incompatible con el de Protágoras. Incompatible porque afirma que no todos son sabios en materia política, como no todos lo son en medicina o en el arte de la navegación. Alega Sócrates que el conocimiento experto es el único criterio válido en el ejercicio de cualquier actividad. Debe gobernar la ciudad el experto en política como debe pilotar la nave el experto en navegación. Esta tesis socrática del gobierno de los sabios obliga a responder a una pregunta crucial: ¿Quién es el sabio en asuntos políticos?
La respuesta a esta pregunta exige a Sócrates salir de la ciudad y en esta exigencia se halla el punto original de su pensamiento, el que actúa como fulcro para el giro completo que experimentará la filosofía griega tras los presocráticos y los sofistas. La respuesta socrática a la pregunta crucial la hallamos en la Apología de Platón: «De mi sabiduría, si hay alguna y cuál es, os voy a presentar como testigo al dios que está en Delfos» (20e). En el Alcibíades I se expresa de modo semejante: «Mi tutor es un dios [...] que únicamente se manifestará a ti a través de mí» (124c).
Sócrates es el sabio porque así lo ha dicho el dios de Delfos.
Esta posición inserta a Sócrates en la estela del pitagorismo y lo enfrenta a la filosofía presocrática en su conjunto y no solo a los sofistas. De ahí que Sócrates rechace tanto el saber de los fisiólogos sobre la naturaleza (la gran tradición que se inicia con Tales de Mileto) como el de los poetas, los políticos y los oradores. Sócrates solo admite los saberes de los técnicos, si bien estos saberes son limitados a una parcela (zapatero a tus zapatos) y son, además, vulgares, porque se relacionan con asuntos del cuerpo. La ciencia verdaderamente importante es la que atañe al alma y a la vida post mórtem.
Si el alma y la vida post mórtem es lo más valioso, la vida de la polis, con su atención puesta en el cuerpo y en sus intereses, deberá supeditarse a la primera. Con razón podríamos calificar esta doctrina como teología política. La existencia de una divinidad, que legitima al gobernante, equivale a una especie de primer motor en el mundo de la política.
A Sócrates y a nadie más corresponde la inspiración inicial que originó el gran giro de la filosofía griega. Esta inspiración toma como base teórica la teología órfica, mediada por la experiencia institucional del grupo pitagórico. Si el esbozo del edificio fue concebido por Sócrates, la ejecución correspondió a Platón, su discípulo más destacado.
El efecto más notable del giro socrático fue el colorido religioso de las filosofías que en el futuro se reclamarán del socratismo. La religión y la filosofía, que en la tradición presocrática, con la excepción del pitagorismo, llevaban caminos separados, no necesariamente antagónicos, con Sócrates y Platón se entrelazarán incluso hasta confundirse. Es mérito o demérito de Sócrates el haber hecho aceptables para la filosofía los presupuestos teóricos de la teología.
Aun cuando las creencias órficas constituyen la base de la teoría socrática del alma, hay que recordar, como critica Platón (República 364be), que la religión órfica había alcanzado una cierta degradación a manos de adivinos y charlatanes que obtenían ganancias con sus prácticas y sus ritos catárticos. El pitagorismo, que adopta una buena parte de la teología órfica, prescinde de estos aspectos sociales de carácter popular para ofrecer una versión del orfismo más próxima a los propósitos de la filosofía.
Cuando algunos autores se preguntan por qué Sócrates no fundó una religión, la respuesta es sencilla: porque su religión ya estaba fundada y eran los misterios órficos en la versión pitagórica. Faltaba solamente borrar la frontera y hacer mutuamente hospitalarias, con las reformas que fueran precisas, la religión y la filosofía. El diálogo socrático que se atiene al logos y al argumento coexiste y convive con el oráculo de Delfos, el arte de la adivinación y la voz divina o daimónion.
La fusión de religión y filosofía da como resultado la filosofía socrática, que bien merece el nombre de teología política.
Cambio ahora de registro y me pongo con el siguiente de Somoza: La llave del abismo(Plaza y Janés):
Gracias! Parece, pues, más que, aunque árido, muy interesante... _________________ «¡Somardonería o Barbarie!»
Proverbio aragonés.
«Si quieres llegar rápido, camina solo; pero si quieres llegar lejos, camina acompañado.»
Proverbio masái.
Registrado: 28 Nov 2007 Mensajes: 8545 Ubicación: Santiago de Chile
Publicado: Dom Ene 31, 2016 8:30 pmTítulo del mensaje:
Imperios, de Julio Crespo (2012).
A diferencia del libro de Burbank y Cooper, que leo en paralelo, éste es narrativo, un trabajo de síntesis. Como tal no está del todo mal, aunque algunas pifias resultan desalentadoras. En la página 132, por ejemplo, Crespo menciona a Dostoievski como uno de los decembristas más renombrados. ¡Decembrista! En 1825, cuando tuvo lugar el levantamiento de los decembristas, Dostoievski tenía apenas cuatro años de edad. (También afirma que el escritor contrajo matrimonio con una mujer a la que conoció en su exilio en Omsk; lo cierto es que en Omsk estuvo como presidiario, no como exiliado, y que a su primera mujer la conoció en Semipálatinsk.) Pocas líneas más abajo, en la página 133, el autor menciona a Solzhenitsyn entre los disidentes o aspirantes a revolucionarios que supieron del destierro o presidio en Siberia; que yo sepa, Solzhenitsyn estuvo confinado en campos cercanos a Moscú y en uno ubicado en Kazajistán, no en Siberia.
En la página 191 hay esta perla: “…Tampoco ayudó la negativa de lord Macartney a hacer el koutou y postrarse ante el emperador al menos que un funcionario chino hiciera lo mismo ante una foto del rey Jorge III…”. Una foto ¡en 1793!
A ratos me siento tentado de abandonar este libro.
Publicado: Dom Ene 31, 2016 8:55 pmTítulo del mensaje:
Estoy terminando con el de Brian Moynahan, Leningrado, asedio y sinfonía. Tiene algunos datos interesantes y está bien escrito. Tampoco añade grandes cosas a otros libros sobre el mismo tema.
Registrado: 10 Ago 2013 Mensajes: 846 Ubicación: Valencia
Publicado: Dom Ene 31, 2016 10:42 pmTítulo del mensaje:
Después de tres libros seguidos que no he conseguido terminar (debo de ser un lector impaciente, supongo), empiezo una novela que en su día no terminé de leer, a ver si ahora va la vencida: "The Good Soldier", de Ford Madox Ford.
Registrado: 28 Nov 2007 Mensajes: 8545 Ubicación: Santiago de Chile
Publicado: Lun Feb 01, 2016 12:12 amTítulo del mensaje:
Otra de Julio Crespo.
En la página 295 se refiere a Dostoievski como representante del bando de los occidentalistas. Aquí me he quedado tieso. Dostoievski, de hecho, fue uno de los más célebres eslavófilos. No renegaba de todo lo occidental (amaba por ejemplo la literatura europea), pero sí proyectaba para Rusia un camino distinto del de Occidente, en política como en espiritualidad y en cultura. Fuera de aprobar algunas medidas liberalizadoras del gobierno de Alejandro II, sobre todo la emancipación de los siervos, Dostoievski no quería saber nada de cosas como la abolición de la monarquía, la separación de iglesia y estado o el trasplante de instituciones de tipo europeo. El que potencias occidentales como Francia e Inglaterra acudiesen en auxilio de Turquía, cuando la Guerra de Crimea, fue para él una decepción tremenda. A Europa la juzgaba espiritualmente encallecida; imitarla significaría traicionar el alma rusa, condenarla a una inevitable degradación. Lo dicho: un eslavófilo.