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Mensaje |
Rodrigo
Registrado: 28 Nov 2007 Mensajes: 8545 Ubicación: Santiago de Chile
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Publicado: Jue Abr 21, 2016 2:58 am Título del mensaje: LA HISTORIA DESGARRADA - Enzo Traverso |
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La historia desgarrada, de Enzo Traverso (Herder, 2001).
Ensayo sobre las primeras tentativas de comprender el ‘fenómeno Auschwitz’, cuando el Holocausto era apenas un tema marginal en el imaginario colectivo y en el quehacer intelectual (historia, sociología, pensamiento político, ética). Después de referirse brevemente a lo que Julien Benda hubiese fustigado como una “traición de los intelectuales” (la cometida por los cómplices de distinta laya, los Drieu la Rochelle y los Martin Heidegger), y de hacer un somero recorrido por los escritores-testigos (Rousset, Antelme, Levi, Celan, Améry), Traverso pasa revista a tres autores que anticiparon las condiciones de posibilidad de la matanza industrializada: Max Weber, Franz Kafka y Walter Benjamin. Luego viene la parte principal del libro, en que el autor examina la contribución de un puñado de intelectuales que nadaron a contracorriente de la oleada de silencio y se atrevieron a cuestionar la cultura y la modernidad a la luz de Auschwitz: lo que Adorno calificó como “pensar el progreso en la época de la catástrofe”. Los analizados son: Günther Anders, Hannah Arendt, Theodor Adorno, Paul Celan, Jean Améry, Primo Levi, Dwight MacDonald y Jean-Paul Sartre. No son los únicos que escribieron sobre el Holocausto en sus años de invisibilidad, advierte Traverso (tampoco es que fueran muchos más), pero a su juicio son los más importantes.
… Importantes, no siempre irreprochables. A veces sus enfoques adolecen de serias deficiencias, que en su mayor parte se explican por la sencilla razón de que la historiografía del nazismo estaba por entonces en pañales. Por lo mismo, no es infrecuente que estos enfoques procedan a partir de premisas endebles. Hannah Arendt estableció una paridad excesiva entre los sistemas concentracionarios nazi y estalinista –medio siglo después, una Anne Applebaum admite que el Gulag no tenía como objetivo primario e irrenunciable el exterminio masivo-. Adorno creyó que el antisemitismo era un ingrediente marginal en el nazismo, y que la cualidad de judíos de las víctimas era intercambiable. MacDonald desconoció el fenómeno del consenso social y de las complicidades pasivas en amplias franjas de la población alemana, condición esencial de la operatividad del régimen nazi. Sartre ni siquiera mencionó el genocidio en Reflexiones sobre la cuestión judía, de 1946, aunque el hecho no deja de ser un implícito que subyace al texto. En verdad, a la interpretación primera del Holocausto le faltaba una base de conocimiento empírico consolidado. Uno de los factores que incidieron en esta carencia fue la atmósfera de bloqueo y negación sicológica prevaleciente en los años que siguieron al final de la guerra, no sólo en las dos Alemanias sino en todo el mundo occidental. (En este sentido, resulta simbólico el destino del que es seguramente el mayor testimonio del genocidio, Si esto es un hombre, cuya publicación original en 1947 pasó inadvertida al mundo.)
Sin embargo, a pesar de sus fallos y falencias, los intérpretes originales tienen el mérito de haber visto en Auschwitz no una más de las atrocidades de la guerra ni un simple jalón en la larga historia de la persecución de los judíos, mayor en sus dimensiones pero no diferente cualitativamente de las masacres medievales o los modernos pogromos. Concibieron Auschwitz como “la experiencia fundamental de nuestro tiempo” (H. Arendt), la que afectaba a la condición humana entera, no sólo a los judíos y los alemanes –una premisa que compartieron MacDonald y Sartre, que no eran ni lo uno ni lo otro-: la vergüenza recaía en el género humano, una vez comprobado que éste, en palabras de Primo Levi, “es capaz de construir una masa infinita de dolor”. Por lo general, adjudicaron al Holocausto un significado distinto del de un mero accidente o una desviación en el itinerario de la modernidad (otra forma de decir civilización occidental, supuestamente, la civilización por antonomasia). La matanza sistemática venía a ser no una perversión sino una consecuencia del predominio de la racionalidad instrumental y de la cultura burocrática, con una compleja y aséptica maquinaria administrativa gestionando el homicidio colectivo y con la técnica moderna interponiendo una cuña sicológica entre víctimas y victimarios. Dwight MacDonald fue al respecto un genuino adelantado: ya en marzo de 1945 escribía que “Los nazis han aprendido mucho de la producción en masa, de la organización de la empresa moderna. Todo eso [la descripción de los campos de exterminio previamente expuesta] parece una siniestra parodia de las ilusiones victorianas sobre el método científico...”. Pero en este acápite hay salvedades (y en el hecho de consignarlas reside uno de los puntos fuertes del ensayo de Traverso). Levi y Améry, sobre todo. Autores de libros que se cuentan entre las expresiones más fidedignas del desgarro moral que supuso el paso por Auschwitz, permanecieron pese a todo leales al paradigma racionalista, y para ellos es como si el Holocausto no hubiese sido uno de los productos de la civilización occidental. (Levi tal vez es que estaba muy marcado por su formación científica, químico de profesión que era.)
Por más que hoy nos beneficiemos de la mirada retrospectiva, llama la atención lo mucho que tardó en abrirse paso la idea de que Auschwitz, símbolo de la matanza industrializada y burocratizada, fue la materialización de lo que para la mentalidad ilustrada era un tabú: el maridaje entre racionalidad y barbarie, que conllevaba el quiebre de la civilización y el desbaratamiento de la ilusión del progreso. El libro de Traverso nos pone este asunto en perspectiva y, de paso, ofrece una oportuna manera de adentrarse en el ejercicio de “pensar el siglo XX”*.
(*) Esto es una de las especialidades del historiador italiano. Ver El totalitarismo: historia de un debate (Eudeba, 2001) y, sobre todo, La historia como campo de batalla (FCE, 2012).
Algunos fragmentos:
«Aunque Auschwitz no podía preverse, algunas de sus premisas podían detectarse mediante análisis o intuiciones aisladas. Max Weber sentó los hitos para pensar los regímenes totalitarios del siglo XX indicando los peligros de una racionalización del mundo que se transforma en dominación burocrática y en una nueva era de esclavitud; Franz Kafka representó el abismo que se abre en el mundo moderno entre la humanidad y esa aplastante “máquina burocrática”, cuyas primeras víctimas serían los más débiles, esos que serían exterminados “sin haber hecho nada malo”; Walter Benjamin subrayó el carácter destructor de una tecnología sometida a un proyecto imperialista de dominación del hombre y la naturaleza. Ni Weber, ni Kafka, ni Benjamin podían imaginar Auschwitz; sus intuiciones sólo son detectables a posteriori. Hoy sabemos que la realidad puede superar la imaginación más fértil» (p. 77).
«Para Arendt, admitir la banalidad del mal no significaba banalizar ese crimen sin precedente en la historia que era la Solución Final. Todo lo contrario, eso lo hacía aún más monstruoso, porque había sido perpetrado por personas normales, ni crueles ni trágicas, ni torturadores sádicos ni personajes shakespearianos desgarrados por conflictos interiores. Lo banal no era el genocidio, sino la naturaleza de los ejecutores. Reconocer “la terrible, la indecible, la impensable banalidad del mal” significaba reconocer una nueva dimensión del horror, aun más inquietante y turbadora por su vínculo con la normalidad de los ejecutores» (pp. 105-106).
«Para Anders, seguir el hilo conductor que une Auschwitz con Hiroshima significaba reconocer que las pulsiones destructoras desencadenadas en los campos de exterminio no murieron con el final del nacionalsocialismo, sino que podían reproducirse con otras formas. El genocidio judío era la forma específica adquirida por esa barbarie moderna en el contexto de la Alemania hitleriana, con su presa designada por siglos de antisemitismo y conducida al matadero en nombre de la biología racial. Pero la tendencia a eliminar una humanidad ya “obsoleta” residía en el corazón de la civilización tecnológica. La bomba atómica demostraba que la masacre industrial no era una especificidad nazi y que su amenaza para la humanidad no desapareció con la evacuación de Auschwitz, en enero de 1945» (pp. 125-126).
«Améry se negaba ante todo a librarse de su angustia. Gritaba una verdad “desnuda y rugosa”, no había otras palabras para decirla y la vehemencia de sus sentimientos constituye la fuerza de su escritura. Levi había conseguido depurar sus páginas de resentimiento, “filtrar” su angustia. Pero, ¿se había librado de ella? Lo dudamos. [De hecho, Levi se suicidó, nueve años después que Améry.] Quizás el mundo necesite ser contaminado por esta angustia para no resignarse al horror» (p. 202).
«Auschwitz marca el hundimiento de una idea de “sociedad civil” legada por las Luces, sintetizada en la reivindicación de un “derecho cosmopolítico” basado en el reconocimiento del carácter universal de la humanidad y en el principio según el cual el uso de la fuerza ya sólo serviría para obtener justicia. Al sacar a la luz la dialéctica profunda del proceso de civilización, con todo el potencial de violencia e inhumanidad que implica, Auschwitz supuso una ruptura de civilización» (p. 251). |
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Hahael

Registrado: 03 Dic 2011 Mensajes: 3522
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Publicado: Jue Abr 21, 2016 4:45 am Título del mensaje: |
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¡Buena reseña, Rodrigo!
Y un libro interesante, que no conocía. Veo que Traverso tiene otro libro sobre el mismo tema: "La Violencia nazi : una genealogía europea" Buenos Aires : Fondo de Cultura Económica, 2003.
¿Lo has leído también? |
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Rodrigo
Registrado: 28 Nov 2007 Mensajes: 8545 Ubicación: Santiago de Chile
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Publicado: Jue Abr 21, 2016 3:04 pm Título del mensaje: |
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Lo leí, Hahael, claro que sí. Es un muy buen ensayo sobre los vínculos de la barbarie nazi con los dispositivos conceptuales y técnicos de la modernidad, enfatizando la alianza entre irracionalidad ideológica y racionalidad instrumental puesta al servicio de un proyecto de reconstitución biopolítica de la sociedad. (Traverso es un deudor confeso de Foucault y Agamben, entre otros.) En el fondo, lo que hace el italiano en ese libro es profundizar en la idea de que el nazismo no fue una recaída en la barbarie, un hiato en la civilización, sino la manifestación más atroz del potencial destructivo de la mismísima civilización moderna, con su lógica de dominación y sus parámetros de producción serializada aplicados a la muerte masiva. (También es evidente la influencia de Zygmunt Bauman.)
Un libro especialmente recomendable en su materia, a mi entender. Se trata de cuestiones ingratas, claramente, pero que hay que tener en cuenta. |
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