ENTREVISTA A JOSÉ VICENTE PASCUAL

10446489_800582769966806_6477715831515500026_nGenerosas respuestas las que nos remite José Vicente Pascual en la entrevista que le hemos realizado. Políticamente incorrecto, signifique eso lo que sea, irreverente respetuoso y persona con gran interés. Un autor concienciado del valor de la literatura.

José Vicente Pascual, autor con más de 20 libros a la espalda, ganador del Premio Hislibris de literatura histórica 2013 en sus secciones de mejor novela histórica y mejor autor por La hermandad de la nieve. Recientemente ha publicado Interregno.

Pasen y lean.

¿De qué novela suya se siente más orgulloso?, ¿en qué medida valora el trabajo de documentación en la preparación de una novela histórica?, ¿es más importante lo que se cuenta o cómo se cuenta?, ¿qué época histórica le atrae más: la homérica-y-los-reinos-del-mar, la medieval, el renacimiento…?, y cosas así… Así que haré una pregunta para que el autor se moje un poco, si quiere: en el panorama español actual, tan saturado de novelas históricas y novelistas históricos, ¿a qué autor o autores destacaría por encima de la media? ¿Y si lo abrimos también a autores extranjeros?

Más que orgulloso, me siento conforme y en tablas con la vida gracias a mi trabajo y dedicación como autor de narrativa. El orgullo es un sentimiento demasiado tirano que siempre está de sobra en un novelista. Hay que tener humildad para aprender de los grandes, también para echar una mano a quienes empiezan y denotan buena índole y maneras prometedoras. Sobre mis novelas, algunas me han dado más satisfacciones que otras, pero todas tuvieron su momento y su porqué; de tal manera, en un sentido muy metafórico, estoy orgulloso de todas. O de ninguna, usted ya me entiende.

El trabajo de documentación es fundamental en una novela que pueda catalogarse como “histórica”; dicha esta obviedad, le diré que también es fundamental que no se note en absoluto dicho trabajo en el desarrollo de la novela. No se escribe novela para demostrar que se ha aprendido mucha historia sino para hacer literatura. En una novela histórica, todo lo que no es ficción y no es literario pertenece a los dominios de Wikipédia, a las monografías de algún congreso académico o, en el mejor de los casos, a ensayos divulgativos que por lo general son más entretenidos que cualquier novela; y mucho más precisos en la información que contienen.

Dejando aparte la Torà, la Biblia y otros libros sagrados-dogmáticos, lo importante no es lo que se cuenta, el argumento, sino cómo se cuenta. No hablo sólo de una cuestión de “estilo” sino de perspectiva, tono, ritmo, verosimilitud, atmósfera, caracterización de personajes, alcance, pretensión y significado de conjunto… Literatura en suma; o si quiere lo denominamos un poco más pomposamente: “lo poético”. Por supuesto, una novela siempre tiene una idea rectora, un propósito, pero esas intenciones no son nada ni sirven de gran cosa si no se desarrollan con la suficiente atención a la única exigencia que no puede soslayarse: el valor literario del resultado.

Me desenvuelvo mejor en la época renacentista, por un sencillo motivo de proximidad y experiencia vital. La ciudad donde crecí, estudié y me hice escritor, y donde he vivido la mayor parte de mi vida, Granada, padece y también vive algo ensimismada en un ideario común (popular) muy vinculado a la gran crisis tardo renacentista de 1492. Si los Reyes Católicos están enterrados allí, es por algo; y puedo asegurarle que las reales cabezas de sus reales esculturas funerarias, reposando en pétreas almohadas, siguen ejerciendo esa influencia que marca “el espíritu del lugar”. Todo el mundo identifica a Granada con la Alhambra y los mitos sobre los últimos monarcas nazaríes, pero lo cierto es que el edificio más importante de la ciudad, desde la perspectiva de la historia, es la abadía del Sacromonte: un centro religioso construido sobre la impostura de los célebres “libros plúmbeos” que ha marcado el pulso cristiano en esta dialéctica de pasado-presente nunca resuelta. Los personajes históricos vinculados a la Granada zirí y nazarí son melancólicos y evanescentes, como si vagasen en los nimbos de una leyenda reiterativa que es, al mismo tiempo, su gloria y sus prisiones. Bobadil, por ejemplo, el llamado Zogoibi, el Desventuradillo, nunca podrá zafarse de aquel topicazo romanticoide del “Suspiro del moro”, el “Llora como una mujer… etc”, sentencia con que su madre, la intrigante y codiciosa Aixa la Horra, lo condenó para siempre a servir como paradigma de la pusilanimidad, la tristeza por lo perdido, la derrota. (Nada más lejos de la realidad, por cierto). Al contrario, los grandes personajes renacentistas vinculados a Granada son ejemplo de tenacidad, arrojo, inquietud y ambición. De los Reyes Católicos a Juan Latino, pasando por el Gran Capitán, Diego Hurtado de Mendoza, Alonso del Castillo, nos encontramos con gente de carne y hueso, con sangre en las venas y músculo pegado a los huesos, personas reales con afanes muy de este mundo; gente que vive, ama, codicia, se equivoca, se levanta, porfía y lucha. Quizás sea yo en exceso apasionado, pero siempre he preferido la raza y el genio humanos a la seducción lírica de la melancolía. Con personajes como Juan Latino, Gonzalo Fernández de Córdova o Hernando de Válor (Aben Humeya), pueden escribirse novelas en las que la tinta se agarre al papel como la sangre a la vida. Los cuentos de la Alhambra dan para mucha poesía, de la buena y de la folclórica. Pero es el caso que yo no soy poeta.

Autores que destaco por encima de la media. Me refiero a autores contemporáneos vivos. Entre los españoles, por su ambición literaria y el cuidado trabajo que vienen desarrollando, destacaría a Francisco Narla y Sebastián Roa. Robespierre, de Javier García Sánchez, es la novela histórica más sobresaliente que he leído en los últimos años, sin ningún demérito de otras excelentes obras. De los autores traducidos, me quedo con Umberto Eco y con la saga sobre las guerras husitas, de Sapkowski. Autores extranjeros no conozco a ninguno.

 

¿Cómo ves el género de la novela histórica en la actualidad? ¿Murió de éxito o aún cabe esperar algo, poco o mucho, de un género en cierto modo periclitado?

Creo que cabe esperar lo que siempre ha habido: excelentes novelas ambientadas en épocas que consideramos “históricas” (habría que desarrollar un poco ese debate sobre temporalidad e historicidad, mas no creo que sea el momento). En la última Feria de Frankfurt, en efecto, se ha evidenciado el tremendo bajón de la “novela histórica” como subgénero consumible. De hecho, ahora mismo, en Europa, la novela histórica ocupa el último lugar en preferencia y atención de los editores. Pero tengamos en cuenta que estamos hablando de un fenómeno de mercado, determinado por la tremenda popularización de la “novela histórica” que comenzó hace aproximadamente tres décadas, gracias a títulos como El nombre de la Rosa o Los pilares de la tierra (salvando todas las diferencias entre Eco y Follet); una moda que, como todas las modas, tarde o temprano pasa de moda. Cosa distinta es que destacables autores que no escriben al dictado de la moda insistan en determinados temas y formas de hacer literatura. Las masas gregarias pseudolectoras han descubierto que es más excitante el género “regency” que las ruinas de Cartago. Auguro por tanto un auge importante de la “novela histórica de folletín”, tipo El tiempo entre costuras o Una pasión rusa (o su versión original, Lina Prokófiev. Una española en el gulag). Mejor para todos. Cuanto menos ruido, pompas y purpurina, y cuanta menos urgencia por vender a toda costa, mejor se escribe.

 

Interregno se sumerge en un momento que, también en cierto modo, es un intersticio dentro de la historia de “España”. ¿En qué otros momentos, más o menos oscuros, te gustaría ubicar una novela?

Le puedo adelantar en qué época se ambienta mi última novela, aún inédita: en un improbable siglo XVIII, en una improbable isla perdida en medio del Atlántico, posesión de la corona española, donde suceden cosas muy extrañas. Esto último es una perogrullada, porque si no sucedieran cosas extrañas no habría escrito una novela con ese asunto.

 

¿Cuánto tiempo sueles tardar en escribir una novela? (no en todas será igual el proceso y tiempo, por supuesto, pero así, en general y por darle a la tecla…).

No recuerdo el tiempo que invertí en mis novelas, una por una. La última publicada, Interregno, me llevó 56 años en escribirla, 57 hasta contratarla con Ediciones B, y 58 hasta que apareció en librerías y llegaron a casa los ejemplares de autor.

 

¿Cuáles son tus recuerdos “librescos” de infancia y juventud?

Guerra y paz, siempre en la estantería del mueble del salón en casa de mis padres, dos tomos en rústica, creo que editados por la colección “Reno” de Plaza y Janés. Empecé a leerla por lo menos siete veces, hasta que alcancé el uso de razón suficiente para entender aquella vorágine donde había más paz en los campos de batalla que en el alma de los personajes, y más guerra en algunos salones de baile que en las cargas de la infantería napoleónica. El Quijote, lectura obligatoria en el colegio. La chanson de Roland y los poemas de Du Bellay, también de lectura obligatoria, en la asignatura “Historia de la literatura francesa” (los Maristas eran así). Berceo, el romancero, el Poema del Mío Cid, Espronceda, Bécquer, Pereda… En fin, el colegio me ocupaba demasiado tiempo. No pude ocuparme de los socorridos Salgari y La isla del tesoro hasta mucho después. Mi infancia libresca (salvo los comics de Tintín y los tebeos “Vidas ejemplares” y “Vidas ilustres” de la editorial Novaro (México)), quedó bastante mediatizada y un poco frustrada por culpa de mi infancia académica.

 

Ahora que se acaba de conceder el premio Planeta, ¿qué opinión le merece? ¿Cree que es cierto ese rumor que hace circular alguna gente maledicente, de que en realidad este galardón no está amañado? Yo solo he leído dos premios Planeta, En busca del unicornio de Eslava Galán y La prueba del laberinto de Sánchez Dragó, y ambas novelas me encantaron. ¿Cree que, como dicen muchos, el nivel ha decaído mucho en los últimos años?

Con el premio Planeta tengo yo una polémica muy grande: ¡Nunca me lo dan! Mi mujer me reprocha que sea tan quejica. Me dice: “¿Cómo te lo van a dar, si nunca te presentas?” Yo le respondo que los ganadores tampoco se presentan, pero ella no me hace caso. Sobre los altibajos de dicho galardón y si ha decaído o no su nivel literario, como dijo Red Butler a Scarlata O’hara: “Francamente, me importa un bledo”.

 

¿Es más difícil escribir una buena novela corta (La Hermandad de la nieve, menos de 400 páginas) o larga (Interregno, 800 páginas con letra pequeña)?

¿Crees que las grandes editoriales prefieren publicar libros tochos para que el que los compra piense “hey, con esto tengo lectura para rato por 20 euros…”?

Nunca fue fácil escribir 400, 800 ó 1000 páginas. Ni difícil. Lo difícil es ponerse todos los días a escribir, tengas ganas a o no; si se tienen ganas se escribe, y si no se tienen ganas se escribe como si se tuviesen ganas. Resulta irrelevante, a efectos del esfuerzo del autor, extenderse más o menos, entre otros motivos porque cada historia requiere una proporción, un espacio y un tiempo de la vida y dedicación cotidiana, y aliento necesario para mantenerlo. Escribir una novela es un estado de ánimo, por lo que resulta interesante concluir el empeño antes de que se agoten el entusiasmo por la historia y la prosa sobre la que transcurre. Acerca del interés de los editores en publicar novelas de “lomo ancho”, según informes recientes, recibidos de personas muy informadas en estos asuntos, parece que decae la filosofía del “libro gordo, que valga dinero para que lo ganen el autor, el librero y el editor”; está en auge el “producto” más ligero de páginas que se venda muchísimo a un precio mediano, entre 14 y 17 euros. Pero, ya le digo: esos asuntos de mercado no me interesan demasiado. Pienso seguir escribiendo lo que me pida el ánima; si voy en concordancia con los gustos boyantes, perfecto. Y si no… Pues qué se le va a hacer. Mi compromiso es con la literatura y con nada más. Escribir al dictado de la moda y la exigencia comercial es el camino más fácil y directo hacia el fracaso como autor y la frustración personal. Me parece muy bien que haya multitud de autores que quieran ser Ruiz Zafón o María Dueñas, pero ese no es mi territorio, ni ganas. Yo quiero ser nieto de Carpentier, o sobrino de Cunqueiro, y en esas familias nunca se probó fortuna jugando a la lotería. No sé si me explico.

 

¿Se puede decir que más que histórica, tu novela Interregno es épica?, ¿ por qué has escogido precisamente ese periodo histórico para desarrollar la narración? ¿Qué precedentes o qué influencias determinantes hay en Interregno?

 

No sé si se puede decir que Interregno es una novela épica. Mi intención era que así fuese, aunque, como es sabido por las personas que me conocen y están al tanto de mi obra, el camino hacia la épica que siempre planteo argumentalmente no parte desde situaciones de grandiosidad coyuntural, ni se apoya desde el principio en personajes rutilantes, de esos que acaban convertidos en estatuas de bronce. Algunas veces he dicho que, en este sentido (sólo en este), sigo siendo un viejo marxista a machamartillo, convencido de que la historia no la hacen los héroes sino las gentes del común involucradas en la pugna por la supervivencia y el poder. Aquella máxima de que “la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”, me sigue valiendo. Por eso los primeros personajes de Interregno son un humilde robagallinas, condenado por el destino a impostar ser un gran guerrero; un clérigo de los de misa y olla (si bien culto y un poco intrigante); y una niña muda que vive postergada en el caserón de su padre, Berardo, señor de Hogueras Altas; un héroe también humilde porque el suyo es un poder casi insignificante, una mota de polvo en peligro de ser barrida por el temporal de las invasiones bárbaras de la península ibérica, durante los albores del siglo V.

 

He elegido esta época porque me parece apasionante, un período de esos que algunos definen como de “vacío de poder”, interregno en el que el poder de Roma ya no existe en la práctica, aunque sobrevive oficialmente; las tribus invasoras asolan la península y los varones, patriarcas, terrahabientes y regidores de las ciudades importantes luchan desesperadamente por organizarse y sobrevivir. La lucha por el poder es implacable y no admite retrocesos. Es una época, en verdad, de “vencer o morir”. La documentación es escasa pero muy fiable, tanto la Crónica de Idacio como los escritos de Isidoro de Sevilla sobre los orígenes de las dinastías godas, primero en territorios de Aquitania-Tolosa y después en España. Ese ambiente histórico me permite recurrir a la fabulación y la libérrima creación de personajes y situaciones (algunas de ellas con marcado acento en “lo mágico de lo real”), cuidando especialmente que toda aquella ilación concuerde en el global sinfónico de la novela, recurriendo a la verosimilitud como elemento de armonía, de extrema concordia entre los mundos reales y los absolutamente fantásticos. No sé si lo habré conseguido, pero lo he intentado al menos.

 

Por otra parte (y esto es una declaración de intenciones sobre mi propia ambición como autor), llevaba tiempo pensando en una saga de esta envergadura porque no existe en la narrativa española, ni pasada ni presente, casi ninguna novela ambientada en la época (principios del siglo V), que a su vez se alimente de los grandes veneros político-culturales de aquellas épocas: la pervivencia de los ritos mágico-animistas propios del celtismo; la presencia decadente de las viejas divinidades romanas y, sobre todo, el cristianismo como religión en crisis tras el saqueo de Roma por Alarico y la fragmentación de la doctrina en múltiples exégesis, casi todas heréticas como es natural. Sobre esta época de incipiente feudalismo, quizás por su carácter transitorio, han pasado los autores de novela histórica sin ahondar en absoluto. Un gran error desde mi punto de vista, porque justo en esos momento de crisis, de ruptura entre un mundo antiguo que perece y otro nuevo que está por nacer, es cuando la historia marca los ejes fundamentales que determinarán el futuro de una civilización. Curiosamente, para encontrar la gran literatura épica medieval en España, tenemos que ir casi directos al argumento de “moros contra cristianos”. No tenemos una Canción de Rolando, ni una saga artúrica, ni leyendas como las que forman el núcleo de los Nibelungos, ni mucho menos una literatura parecida a la épica premedieval del entorno escandinavo, como Beobulf, Hervör, Nial, etc, etc. Me pareció un reto en verdad apasionante. Si he salido con bien, el tiempo lo dirá. Lo único que puedo decir en favor de Interregno, desde esta perspectiva de su más difícil pretensión literaria, es que entusiasmo y trabajo no han faltado. Que no es poco.

 

Como precedentes, ya me gustaría que hubiese alguno de los que me gustan. He mencionado algunos. Como referencias más inmediatas: Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros, de Steinbeck; La torre vigía, de Ana María Matute; Las aventuras del caballero Kosmas, de Perucho; Narrenturm, de Sapkowski; el ciclo de poemas Con Bronwyng de Juan Eduardo Cirlot. Y todo Cunqueiro. Empecé a escribir la novela en Sevilla y por un azar venturoso del destino la acabé en Galicia, en un municipio donde una de sus pedanías se llama “Suevos”. ¿Cómo no iba a estar presente Cunqueiro en esta narración? Le debo algunas sirenas de los ríos y los mares, algún musgo hablador que susurra los secretos de los hombres llevados por el viento, y algún personaje muerto que cabalga entre los vivos y conversa con ellos, y les da consejo, por sentirse útil y espantar la soledad que acostumbra a entristecer a los difuntos.

 

 

 

¿Hasta qué fecha cronolófica considera él lo histórico?
¿Opina que una historia ambientada en la Transición (o que transcurra durante el Concilio Vaticano II, por poner un ejemplo) sería histórica?

 

Por definición, toda novela es histórica porque se ambienta siempre en una época determinada (a menos que hablemos de subgéneros, fantasía, Ci-Fi, etc). No importa el momento histórico en el que esté escrita sino su intención y enfoque. Si nos ceñimos a la temporalidad, todas las novelas acabarían por ser “históricas”. El Quijote… ¿lo es? No, porque la escribió Cervantes con objeto distinto a “lo histórico”. ¿Y si la hubiese escrito Pérez Galdós? Entonces, si lo que se pretende es hacer una reconstrucción novelada de la historia, de acuerdo: la Transición, los años 80, la primera guerra de Irak, son “históricas”. Si hablamos de un marco histórico para una narración que va por derroteros más amplios y más libres, sin que dicha reconstrucción de la época y sus personajes señalados sea el motivo principal, utilizando los parámetros temporales sencillamente para crear una “atmósfera” narrativa y un tono concreto en el argumento, entonces, desde mi punto de vista, hablamos de novela en general, sin etiquetas.

 

 

En medio de la profusión de libros autopublicados, novelas on-line, proliferación de premios de narrativa, etc., ¿está cercano el día que habrá más escritores que lectores?

¿Cuáles son los errores más frecuentes que comete el escritor principiante de novela histórica?

¿Son los clichés/estereotipos un obstáculo que hay que salvar en la literatura de género, o las bases para componer nuevas historias?

 

El problema no es que haya más escritores que lectores, sino que a los escritores “espontáneos” y a la mayoría de los llamados “independientes” (qué demonios será eso), suele importarles un comino lo que escriben los demás; y tampoco parece importarles mucho la literatura y su legado cultural e histórico, que es la base de nuestra civilización. Lo que anhela una gran mayoría es escribir algo entretenido que se imponga en el mercado y les dé a ganar mucho dinero. Esa turbamulta no son escritores, son opositores a un estilo de vida que ya de antemano y por la propia realidad de los hechos (y por lógica comercial) está vedado al 99% de ellos. Ya sabrán lo que hacen; a mí, sus afanes me importan muy poco, igual que sus gustos literarios, lo que lean o dejen de leer. No es asunto mío. No es mi mundo.

 

El error más frecuente que se puede detectar en un autor principiante es la obsesión por utilizar todo el material documental en la novela, agobiando al lector con digresiones e informaciones que no necesita en absoluto. También la falta de agilidad a la hora de introducir elementos documentales que sí son necesarios pero que se exponen “a pegotes”, sin que parezca que vienen a cuento, sin vincularlos de manera natural y ágil al desarrollo de la narración. Pero bueno, esas deficiencias se corrigen con la práctica, todos las hemos cometido y de vez en cuando, sin darnos cuenta, quizás por suficiencia y “bajada de brazos”, volvemos a caer en ellas. Humanos somos.

 

Los clichés y lugares comunes no es que sean un obstáculo para la novela histórica. Son más bien una valiosa referencia adversa. Por decirlo con crudeza: son el enemigo a la vista, el espejo de lo que no debe hacerse y dónde no se debe caer. Se escribe novela histórica precisamente para superar el agotamiento de los cliclés y los estereotipos.

 

 

Me pareció no solo excelente el libro de La Hermandad de la Nieve, sino también me fascinó la historia de los neveros. ¿Va a escribir próximamente alguna novela sobre algún oficio perdido en la actualidad? Desde mi punto de vista sería excelente.

Escribir sobre un oficio me pareció importante porque los oficios, desde sus albores y hasta su organización en los poderosos gremios medievales y renacentistas, representaban la continuidad y vinculación del individuo contemporáneo con los saberes ancestrales de la humanidad; eran la evidencia práctica de la tradición en el mundo presente. Por otra parte, sabemos que los gremios tuvieron una importancia decisiva a la hora de edificar el ideario, filosofía e incluso creencias religiosas en la edad moderna. De momento no tengo planeada otra novela sobre este tema, aunque no la descarto en absoluto.

 

 

 

A un escritor pasional que se vivisecciona a sí mismo al escribir cada uno de sus libros, me gustaría preguntarle: ¿no resulta agotador, extenuante, dar a luz una nueva obra? ¿Cuánto hay de reconstrucción personal en los meses que siguen al momento del parto, en el que se ha volcado el ser anterior, y se impone crear el siguiente ser del autor, desde el agotado vacío de la catarsis? ¿Emerge quizás un narrador nuevo, recreado hacia lo todavía desconocido, con cada libro salido de las entrañas?

 

La pregunta es un poco tremenda. Procuro separar mi actividad como escritor de mi vida personal, por una simple cuestión de profesionalidad. También de higiene mental. La terapia me la hace el psicólogo de Sanitas, que es muy competente (y algún Valium que me tomo de vez en cuando). Me obsesiona viviseccionar a mis personajes, pero procuro no hacerme un seppuku emocional cuando escribo. En cuanto a reconstruirme, ya se encargan mis “neuronas espejo” cada mañana, al despertar. Me digo: soy yo y vivo para esto, y hoy toca ir a Mercadona a por Cocacola y yogur griego. Como en la copla: “Con eso tengo bastante”.

 

 

 

FRIKI TEST

Tus tres libros favoritos.

Merlín y familia, de Cunqueiro. El desierto de los tártaros, de Buzzati. Corrección, de Thomas Bernhard. Por decir algo y por citar tres y solo tres, claro.

 

¿Cuántos libros tienes?

Bastantes menos de los que me gustaría para considerarme dueño de una buena biblioteca; y bastantes más de lo aconsejable para alguien que en los últimos 10 años ha residido en 5 ciudades, insularidad tinerfeña incluida.

 

Un libro que hayas disfrutado y no te hayas atrevido a confesarlo.

El juego del Angel, de Ruiz Zafón. Está tan, pero tan “inspirada” en la película El corazón del ángel (Alan Parker, 1987), que debería ponerme en modo “ceja levantada”. Pero lo reconozco: es una novela bien escrita y muy entretenida.

 

El último libro que has leído.

La aventura de los godos, de Juan Antonio Cebrián.

 

El que estás leyendo en estos momentos.

Cuadernos de Lanzarote II, de Saramago. Me interesaba mucho conocer la experiencia de don José en una isla en medio del Atlántico. Sentí inmediata simpatía y comprensión cuando, en la cuarta o quinta página, expone resignadamente que la palabra “ya” no se ha incluido todavía en el diccionario isleño.

El último que has comprado.

Canta irlanda, de Javier Reverte.

 

¿Tapa dura o tapa blanda? ¿Acaso ebook?

Dura, blanda, ebook, pantalla del ordenador, folios impresos, escritos a mano… Lo que haga falta. Cuando lees algo que de verdad te interesa, el formato es lo de menos; nos “hacemos” a cualquiera con tal de seguir leyendo.

 

¿De cuál de tus libros estás más orgulloso?

¡Qué manía! Vale, estoy muy orgulloso de El hombre sin atributos. No escribí la novela pero estoy orgulloso de haberla leído. El trabajo, con intermedios y descansos, me llevó un año y me costó una multa por cada tomo (por fortuna solo dos) en la biblioteca de Carmona. Pero lo conseguí.

 

¿Dónde lees?

En el sillón, en el porche de casa, en el sofá, en el WC. En la cama no suelo leer, por si alguien tiene esa curiosidad. La cama está para dormir y para deportes de alcoba incompatibles con la lectura.

 

¿Cómo clasificas los libros?

En Tenerife los tengo puestos por tamaño, según el modo alemán para que quepan más en menos espacio (ando falto de estanterías), aunque, como es lógico, no todos los lomos corresponden a la encuadernación alemana; los hay también al modo inglés y algunos, muy pocos, español. Total, que mirar los títulos uno por uno es correr riesgo de tortícolis. En León los tengo metidos en bolsas de plástico (del supermercado Gadis casi todas ellas), y en cajas de cartón. Todo muy bien amontonadito.

 

¿Cuál es el libro más valioso que tienes?

Una clara conciencia, de Antonio Manilla, colección de poesía La Veleta, dirigida por Andrés Trapiello. Editorial Comares, Granada, 1997. Es el primer libro que me regaló mi mujer, tan orgullosa y un poco vergonzosa porque el autor es su hermano; sin duda: el poeta más brillante de su generación. Cuando era un jovencísimo poeta recibió el premio de las letras jóvenes de Castilla y León, y desde entonces ha demostrado porqué dentro de unos lustros recibirá el Cervantes. O algún galardón parecido.

 

¿Qué usas como marcapáginas?

Lo primero que encuentro y tengo a mano. Por lo general, las etiquetas de Hacienda que van adheridas en el posterior de los paquetes de cigarrillos. Se despegan y ya está: un marcapáginas cojonudo.

 

¿De Twitter, Facebook o de cañas y tapas?

Depende de con quién vaya a compartir cañas y tapas, y quién me haya enviado un mensaje por Facebook. Las probabilidades de mantener una conversación inteligente son casi las mismas. Twitter nunca, no tengo cuenta. Me pone nervioso ese carajal.

 

¿Escribes notas en los libros?

Nunca. En todo caso, en folio aparte.

 

¿De qué equipo de fútbol eres?

Del Real Madrid, como es natural.

 

La tortilla de patatas, ¿con cebolla o sin cebolla?

Depende de lo que le apetezca a mi mujer. Si es de patatas, es de patatas, claro; lo demás son inventos. Pero ya te digo: ella dispone.

 

     

11 comentarios en “ENTREVISTA A JOSÉ VICENTE PASCUAL

  1. Sombra dice:

    Claro y directo. Interesante la posición del cómo se cuenta por encima del qué se cuenta. Gracias.

  2. cavilius dice:

    Un tipo genial, José Vicente Pascual.

    Mira que pareado más mono me ha quedado…

  3. Valeria dice:

    Pero qué bien escribe este hombre. Un lujo leerle.
    Y además habla de los suevos. Y le gustó Merlín e familia. :-)

  4. cavilius dice:

    Ah, creí que te referías a mi pareado.

  5. Caballero dice:

    ¡Vaya de pedazo de entrevista, de escritor y de respuestas! Para leerse varias veces y tomar nota. Me quedo con dos respuestas que me fascinaron: «Mi compromiso es con la literatura y con nada más. Escribir al dictado de la moda y la exigencia comercial es el camino más fácil y directo hacia el fracaso como autor y la frustración personal.» Y ésta otra que hace hervir mi sangre gallega: «Empecé a escribir la novela en Sevilla y por un azar venturoso del destino la acabé en Galicia, en un municipio donde una de sus pedanías se llama “Suevos”. ¿Cómo no iba a estar presente Cunqueiro en esta narración? Le debo algunas sirenas de los ríos y los mares, algún musgo hablador que susurra los secretos de los hombres llevados por el viento, y algún personaje muerto que cabalga entre los vivos y conversa con ellos, y les da consejo, por sentirse útil y espantar la soledad que acostumbra a entristecer a los difuntos.»

  6. Jose Vicente Pascual dice:

    Muchas gracias a todos vosotros, por la entrevista y por los comentarios. Y oye, que si alguno no está de acuerdo o le parece que mis respuestas son equivocadas, o fuera de lugar, o vagarosas o lo que sea, que lo diga. ¡Para eso estamos!

    Salutem pluriman.

  7. Enhorabuena por tu entrevista.
    Clarividencia a cubos que pone los puntos sobre las íes en un mundo este de la literatura que es solo para valientes, para los que no temen a la soledad y para los que han comprendido que escribir no es algo que se elige sino que lo elige a uno.
    Gracias por compartir tu sabiduría.

  8. ARIODANTE dice:

    Enhorabuena, Josevi. Menudo exitazo con la entrevista!

  9. Jose Vicente Pascual dice:

    Ariodante… ¿Aquí dónde se da al Me Gusta?

  10. Caballero dice:

    Por cierto, ya saben que vivo en Guadalajara, México; así que si vienen a la Feria Internacional del Libro algún año, hislibreños en general, escritores o editoriales y necesitan apoyo logístico o guía para no perderse o sentirse solos y desorientados, no duden en decírmelo. Será un honor ayudar en lo que pueda.

  11. Lopekan dice:

    Sustanciosas y nutritivas respuestas, sí señor.

    Diría yo que a JVP se le da aún mejor pensar que escribir: veo a un púgil de las letras al que le gusta batirse en las distancias cortas de sus verdades, pero también un trampero errando por los amplios horizontes de sus ocurrencias.

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