EL QUÍMICO DE LOS LUMIÈRE – Pedro García Martín

imagesEsta obra, que recibió el XII premio de novela Ciudad de Salamanca, tiene una estructura de difícil clasificación, ya que la ficción está engarzada con un discurso histórico-periodístico que nos sitúa en el fin del siglo XIX y comienzos del XX, ese feliz tramo que llamamos modernismo o Belle Époque, y que acaba abruptamente con el estallido de la Gran Guerra. Al modo de una pintura impresionista o de una primitiva y borrosa imagen fotográfica, no hay líneas en esta obra. Hay manchas de color y de luz, tonalidades y matices. Así, pincelada va, pincelada viene, el autor recrea el luminoso mundo de la Belle Époque, con el pretexto de seguir el nacimiento del cine, ligado a la vida de la familia lyonesa Lumiére, siendo el protagonista o hilo conductor de la trama novelesca Jean Flandrin, uno de sus más dilectos empleados y posteriormente, emparentado con la familia.

La trama propiamente novelesca o de ficción es muy sutil, es un vaporoso y tenue hilo que, cual tela de industriosa Aracne, une los distintos puntos que la sustentan. Pues si bien hay un protagonista, el químico Jean Flandrin, al que un desconocido narrador (que solo conoceremos al final) le dirige sus reflexiones y comentarios,  relatando su propia historia, comentando aquí y allá sobre la vida cultural y científica  francesa de fin de siglo. El químico aparece ya avanzado el texto, surgiendo y desapareciendo cual Guadiana, según conviene al autor.

Dividido el libro en tres partes, en la primera recrea el clima que rodea el nacimiento no de la fotografía, que ya ha nacido, sino de la instantánea, que capta la impresión fugaz del momento, del mismo modo que los pintores impresionistas dirigen su mirada y su trabajo hacia esa captación.  La segunda parte desarrolla el problema de la imagen en movimiento: los comienzos, los múltiples intentos de plasmar el movimiento de la imagen con la cámara. El nacimiento del cinematógrafo, que tuvo lugar por distintos puntos y con diversos investigadores. Edison en Norteamérica, LePrince, Meliès, y los Lumiére en Francia, etc. La tercera parte se centra en las investigaciones sobre el color, que tanto los pintores y los fotógrafos investigan y desarrollan, y que desembocará en el futuro cine en color. Todo ello, trufado de cameos literarios y artísticos, como la reunión en la que Monet, Degas, Renoir y Cezanne discuten sus nuevas posiciones sobre la pintura, el color y la luz, frente a otros pintores más conservadores que optan más por el dibujo y la línea. Otro leit-motiv son las continuas referencias cinematográficas; alusiones a títulos o a temas de películas clásicas.

El amor, en la ficción, tiene un tratamiento muy clásico: la contraposición amor sagrado/profano, desarrollando la dicotomía entre Claire y Violette; la fidelidad y la traición, no solo en el ámbito amoroso sino en el profesional y político, en lo amistoso y en lo familiar. Las reflexiones sobre el arte, la percepción de los colores y la luz, la perspectiva, el uso de la línea o la mancha, los distintos motivos del pintor y del fotógrafo,…y muchas cosas más, aparecen puestos en boca de un maduro Monet en su refugio de Giverny, en sus conversaciones con Jean Flandrin, interesado en llegar al fondo de las investigaciones monetianas.

En cuanto a la técnica, el autor hace una elegante demostración en su manejo del lenguaje,  barroco a veces y sumamente poético en otros tramos, engarzando el comienzo de cada capítulo con la última frase del capítulo anterior, como si de un “cadáver exquisito” se tratara. Lo destacable del libro es que usa un lenguaje al modo que el fotógrafo la cámara, o el pintor su pincel: colorista y luminoso, componiendo un cuadro que el lector mientras lee comprenda y sienta, al mirarlo, la emoción producida por el vértigo de esos años. Y ciertamente lo consigue.

La trama novelesca está, como ya se ha dicho, engarzada íntimamente con la documental, por lo que resulta de difícil clasificación (lo que, por otra parte, no considero importante): ha sido premiada como novela histórica, y ciertamente aunque recrea la historia del fin de siglo, la recrea más con un lenguaje descriptivo casi a modo de reportaje histórico, mientras que la trama de la novela va y viene a lo largo de todo el libro. El efecto total es coral: múltiples voces o elementos que se combinan para darnos una muestra vívida de unos años que despidieron el siglo y saludaron al siguiente, eufóricos y felices, aunque sombríos nubarrones de guerra acabaron por aguar la fiesta.

Comienza la narración con una visita dominical de la familia Lumière al Museo de Lyon y acaba con el fragor de la batalla de Verdún. La alegría de vivir, la loca carrera de la ciencia y la técnica, las novedosas propuestas del arte,l as costumbres y modas cambiantes, tropezarán finalmente con el obstáculo más feroz: el drama de la guerra, que supondrá el final de una época y el comienzo de otra.

El autor nos muestra un amplio abanico de decorados en los que tienen lugar estos cambios, y por los que discurre la vida de los Lumière, y sobre todo la de su empleado de más confianza, con el que incluso llegan a emparentar, el químico Flandrin. Batallas de patentes de los nuevos inventos, espionaje industrial y político, utilización de las primeras películas tanto fotográficas como cinematográficas como documentales, muchas veces como arma política o publicitaria, la Exposición Universal  de París y su difusión de los nuevos inventos y el nuevo arte, la fortísima controversia alrededor del caso Dreyfuss, el desafortunado caso LePrince, las maquinaciones de Edison, las exposiciones impresionistas, la vida disipada y alegre de la triunfante  burguesía en el poder, y el despertar de las revoluciones proletarias.

En suma, el texto es un ejemplo de escritura impresionista, nada mejor para sumergirnos en una época de novedades continuas, semejante a la actual, por otra parte. El tren de inventos, descubrimientos científicos y sus aplicaciones industriales, revoluciona una sociedad anclada en un punto focal único y frontal, cuando ahora las imágenes, como los avances científicos, pasan a vertiginosa velocidad cual si de la ventanilla de un vagón de ferrocarril se tratase.

Pedro García Martín es Profesor Titular de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Madrid. Becado por los Institutos Francesco Datini de Prato (Italia), Regional Etnográfico de Nuoro (Cerdeña), Europeo de Florencia y la Universidades de Nantes y Lyon (Francia). Estudios en Laponia en 1992. Entre 1993 y 1995 ha dirigido sendos proyectos interdisciplinares sobre Inventario del patrimonio mesteño de la Vía de la Plata. Es autor de diversos ensayos históricos.

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2 comentarios en “EL QUÍMICO DE LOS LUMIÈRE – Pedro García Martín

  1. Rodrigo dice:

    Imagino lo que habrás disfrutado, Ario. Primero con la lectura de la novela y luego con la reseña, en la que has volcado tu vocación de artista. ¡Enhorabuena!

    Según entiendo, la novela vale menos por la ficción que por el lenguaje empleado por el autor, el atrezzo histórico y todo lo referente a las artes del momento, en una época de primerísimo interés cultural. Aunque sólo fuese por esto, creo que merece la pena.

  2. Ariodante dice:

    Imaginas bien, querido Rodri. La lectura, deliciosa, desde luego. Sin embargo, no considero que valga menos porque la ficción ocupe un lugar menor; creo que es un buen libro, de lectura amenísima e interesante, salvo para el que busque una novela de acción o de aventuras, claro. Porque es otra cosa. Desde luego, a los amantes del arte les encantará. Y a los que quieran bucear en la época de finales/principios de siglo, también.

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