EL MUNDO DE GERARD MERCATOR – Andrew Taylor

9788426135865_gPocos personajes de la historia de la ciencia quedan, más allá de los de época contemporánea, cuya contribución siga teniendo una vigencia práctica actualmente; vivimos un momento lleno de cambios, innovaciones, novedades en el que, con el advenimiento de la informática en todos los campos científicos, gran parte de las aportaciones anteriores resultan obsoletas. Grandes descubrimientos o inventos han pasado de ser el no va más a piezas de museo; las mejoras tecnológicas, conceptuales, han dejado atrás teorías, estudios, tesis científicas que a día de hoy son como figuras de cartón piedra, veneradas por su contribución en el desarrollo de una disciplina, pero habiendo dejado de ser válidas. Gutenberg, por ejemplo, ideó la imprenta. A día de hoy, el fotograbado, la inyección de tinta y la impresión láser han dejado atrás cualquier sistema clásico de impresión. Gutenberg innovó; a día de hoy sus rudimentarios planteamientos están más que superados. Newton, el genio de la manzana, debió ser testigo desde el más allá de cómo, posteriormente, otros genios como Carl Friedrich Gauss mejoraron o rebatieron algunos de sus cálculos matemáticos.

No así ocurre con el señor Gerardus Mercator –forma latinizada de su auténtico nombre holandés, Gerard Kremer–, un personaje cuya aportación conceptual, donada para la historia a lo largo del siglo XVI, aún continúa vigente a día de hoy. Así es, pues a diferencia de muchos de sus co-gremialistas, tiene en su haber una aportación que ha sido (y sigue siendo) clave en asuntos geográficos; la proyección que lleva su nombre.

Tal vez el más brillante cartógrafo de la historia, su famosa proyección resulta ser un sistema mediante el cual es posible solventar el problema de pasar una superficie esférica como la Tierra a una representación plana (un mapa, vamos) sin perder lo más importante: los rumbos, las referencias entre lugares.

Cabe decir que el descubrimiento de Mercator llegó en el momento preciso (o fue fruto de los intereses y necesidades del momento). En los antiguos portulanos o las viejas cartas de navegación, la reducida proporción de tierra representada solía ser suficiente como para maquillar las distorsiones que la esfera terrestre pudiera suponer en los planos. Sin embargo, tras el descubrimiento del Nuevo Mundo, de Oceanía, el redescubrimiento del extremo oriental de Asia, las incursiones en los polos, las circunnavegaciones de Magallanes y Drake… era necesaria una cartografía a nivel planetario que corrigiera esos errores y fuera fiel a lo más importante a bordo de una nave: la fiabilidad de los rumbos.

Mercator solucionó este problema, aunque ni siquiera publicó un tratado en el que se explicara matemáticamente su sistema (seguramente para resguardar la exclusividad de su idea, cual secreto, en unos tiempos de altísima competencia en Flandes respecto a la elaboración de cartografía); realmente estaba ideado para navegantes, tal como rezaba el título de su Mapamundi de 1569: Nova et Aucta Orbis Terrae Descriptio ad Usum Navigantium Enmendata, traducido «Nueva y Ampliada Descripción Corregida de la Tierra para Uso de Navegantes». Pese a que en principio no tuvo una acogida acorde a su importancia, ya que ni siquiera su propio creador llegó a valorarla por las increíbles cualidades que su aplicación correcta podía suponer en alta mar, en seguida otros cartógrafos se dieron cuenta que aquello resolvía los graves problemas que, hasta entonces, se planteaba cualquier cartógrafo. En vida, el cartógrafo más grande de la historia no advirtió la verdadera importancia de su hallazgo, y su mapamundi quedó como pieza casi museística exclusiva de familias pudientes.

Poco después, allá por 1599 y escasos cinco años después de la muerte de Mercator, el matemático inglés Edward Wright elaboró un tratado basado en unas tablas de cálculo para aplicarlas a la proyección de Mercator, y así hacerla viable en alta mar para cualquier capitán medianamente ilustrado. Su libro, Certaine Errors in Navigation, fue un trabajo magistral, el complemento ideal para el trabajo de Mercator. Para colmo de grandeza, el mismo Wright elaboró un mapamundi en base a la misma proyección, siendo el primero que se basó en ella desde su creación. A partir de entonces, la nueva proyección empezó a aceptarse, progresivamente, en todos los servicios cartográficos de relevancia. Hoy en día, salvo excepciones sonadas, la gran mayoría de institutos cartográficos e hidrográficos nacionales usan la proyección de Mercator o su equivalente sistema de coordenadas, la Universal Transversa de Mercator (bien conocida como UTM). Es bien sabido también que incluso el sistema Google Maps emplea la proyección; el asunto sobre la vigencia de los descubrimientos de antaño queda aquí patente. Una proyección descubierta en el siglo XVI aún se aplica hoy en día y nadie ni nada ha podido crear alguna mejor para las imprescindibles funciones de orientación. Y ha habido intentos, pardiez. Véase el caso del ilustre cartógrafo alemán Arno Peters, que en 1974 creó su famosa proyección (bien, en realidad se la plagió a un religioso escocés del s.XIX llamado James Gall) como respuesta a la de Mercator, con las mismas propiedades respecto a los rumbos (loxódromos), acusando a la misma de eurocentrista e incluso de racista. Lo que hay que ver…

Sin embargo, este reconocimiento en el campo científico no se corresponde con una popularidad excesiva de la figura de Mercator, a decir verdad. Es un personaje que la mayoría de gente conoce de refilón, sin saber demasiado más sobre él que su proyección. Andrew Taylor, periodista y escritor británico, decidió allá por 2008 recuperar la figura del cartógrafo holandés elaborando la biografía que aquí se presenta, El mundo de Gerard Mercator, y realmente hubo de recabar información exhaustivamente pues, como bien parece, éste no es un personaje del que haya quedado demasiado vestigio. De su puño y letra apenas quedan un par de copias mal conservadas de su mapamundi, todo el resto se ha perdido. Los innúmeros globos terráqueos, las planchas de cobre de todos sus mapas, las diferentes láminas de los mismos que fueron vendidas en su momento… A nivel documental, a parte de breve correspondencia, nos ha llegado una biografía realizada por un coetáneo suyo de Duisburg, un tal Walter Ghim, cuyo punto de vista es bastante parcial por el simple hecho de haber sido amigo personal del genial cartógrafo flamenco.

Pocos trabajos más existen exclusivos sobre la figura de Mercator; no hay más que echar un vistazo a la bibliografía utilizada por Andrew Taylor. En mi caso, a parte del capítulo sobre cartografía flamenca de la excelente obra de G. R. Crone (Historia de los mapas), y del prólogo a la edición del Atlas Maior de Joan Blaeu, un amplio compendio sobre la cartografía holandesa del XVI realizado por Peter van der Krogt, poco más he tenido la ocasión de leer sobre Mercator y sus paisanos. Tal vez el problema es precisamente ese; la importancia de Mercator radica sólo en su obra, su proyección. El resto de su biografía carece de interés general, tan sólo reservada para los especialistas o verdaderamente interesados en el asunto. Tuvo una vida tranquila (salvo un pequeño percance con la inquisición en 1540), no realizó viajes, ni grandes aventuras, y se dedicó exclusivamente a su negocio, primero auspiciado bajo la tutela del gran matemático Gemma Frisius y luego como gerente de su propio taller. Su familia, el otro puntal en que sustentó su vida, estaba inmiscuida también en el negocio. La producción en su taller de cartografía diversa y, sobretodo, de globos terráqueos e instrumentos científicos, centró la mayor parte de su tiempo de vida.

Pese a ello, cabe destacar que el mismísimo emperador Carlos I de España y V de Alemania, como amo y señor de las tierras de Flandes, conoció a Mercator y le encargó en varias ocasiones peticiones especiales; mapas, brújulas, astrolabios, globos terráqueos… Por lo visto, el emperador era un gran aficionado a la cartografía, tal vez más por interés pragmático (control de su territorio) que por simple amor a la disciplina. Cuando Isabel I de Inglaterra quiso cartografiar su tierra, encomendó el trabajo al genio de Rupelmonde. Y Felipe II nombró al mismo Abraham Ortelius (otro crack de la cartografía holandesa que fue contemporáneo y amigo personal de Mercator), como consejero del rey en asuntos geográficos. Todo ello se relata en el libro, evidentemente. He aquí la verdadera importancia de estos personajes, ratas de biblioteca que apenas viajaron en su vida pero que recabaron grandísima cantidad de información geográfica para actualizar continuamente sus trabajos, hasta el punto de ser requeridos por los mismísimos monarcas de su tiempo.

Dada la escasez de trabajos sobre la figura de Mercator y de la cartografía flamenca en general, cabe destacar que la editorial Juventud tiene, pues, una pequeña colección centrada en asuntos en esta línea, llamada significativamente “colección Astrolabio”, dedicada a asuntos geográficos, náuticos, relativos a la ciencia de la orientación. Gran iniciativa de la cual este trabajo de Andrew Taylor forma parte. Un acierto, sí señor.

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12 comentarios en “EL MUNDO DE GERARD MERCATOR – Andrew Taylor

  1. ARIODANTE dice:

    Interesante, interesante… mi ignorancia supina sobre este caso no me había dado a conocer la figura de Mercator, y me has abierto una nueva ventana al conocimiento con tu espléndida reseña, Horus. Enhorabuena.

  2. Horus dice:

    Gracias, Ariodante. Es un personaje realmente poco conocido, la verdad, más allá de la disciplina cartográfica. Pero es interesante a nivel histórico también, pues refleja un modo de vida, una época y un espacio geográfico en el que España no era ajena; Flandes era entonces una olla a presión… :)

  3. Vorimir dice:

    Buena reseña Horus, siempre es bueno que se escriba sobre personajes no tan populares pero que aportaron bastante al avance científico del mundo. Conocía el nombre del personaje, y que fue un importante cartógrafo en el XVI… y poco más. Reseña muy ilustrativa.

  4. Horus dice:

    Thanks, Vorimir. Desde luego, la contribución «indirecta» de Mercator en los avances a nivel de navegación, y por tanto, nuevos descubrimientos, a partir del siglo XVI, es innegable. En realidad, creo que es un caso algo similar al de John Harrison, el inventor del cronómetro náutico, que alguna vez hemos comentado por la sección de Mapas Históricos, en el foro. Una aportación brutal, con un reconocimiento escaso. Unos hombres cuyas vidas fueron muy sedentarias, centradas casi exclusivamente en sus disciplinas.

  5. Rosalia de Bringas dice:

    ¡Qué buena reseña para tan interesante figura!
    Ganas me han quedado de ponerme a leer el libro.
    (Gracias, Horus)

  6. Horus dice:

    Gracias a ti, Rosalía. Como bien reza el dicho, «el saber no ocupa lugar», y he aquí un campo un tanto abandonado en cuanto al ensayo-biografía: los grandes cartógrafos. Interesan más los grandes viajeros, fíjate. Pero sin estos primeros, tal vez no se hubiera llegado ni a la vuelta de la esquina… :-)

  7. urogallo dice:

    Personaje curioso. Yo de pequeño creia que lo de MERCATOR era el nombre de la editorial de los mapas.

  8. Horus dice:

    Sí, la verdad es que no se bien por qué los cartógrafos holandeses y alemanes de entonces latinizaban sus nombres. En otras disciplinas ocurría también; véase el caso de Geert Geertsen (Erasmus Rotterodamus).

  9. lantaquet dice:

    Yo preparo otra de barcos, y en mí reseña sales tu Horus…

  10. Horus dice:

    No se si alegrarme o echarme a temblar… :-)

    Espero, eso sí, que hayas recutumelado reportondas de flate por babor y por estribor. Qué menos!

  11. Lopekan dice:

    Atinada reflexión la que se expone en el primer párrafo. No hay postulado científico ni patente tecnológica que siga vigente pasados unos escandalosamente breves años. Es lo que tienen la ciencia y la tecnología: que avanzan. Y con la inercia del progreso que no se detiene y las caracteriza, arrumban sin misericordia en el pasado los momentos gloriosos de celebridades como Galileo, Newton, Einstein y hasta del que inventó el bolígrafo Bic. Qué pocas otras disciplinas humanas pueden presumir de dejar tan pronto de ser válidas y verse reemplazadas por versiones mejoradas, corregidas y aumentadas.

  12. Horus dice:

    Sí, una contradicción lo del progreso. Porque gracias a muchos avances (sin duda alguna beneficiosos) se pierden para siempre antiguas «artes». Así, a bote pronto, me viene a la cabeza una que me ha tocado de cerca: la delineación. Viva el AutoCAD, pero por otro lado qué pena que nadie sepa ya como coger una escuadra y un cartabón…

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