EL ENEMIGO JUDEO-MASÓNICO EN LA PROPAGANDA FRANQUISTA (1936-1945) – Javier Domínguez Arribas

EL ENEMIGO JUDEO-MASÓNICO  EN LA PROPAGANDA FRANQUISTA (1936-1945) - Javier Domínguez ArribasTal vez no sea exagerado reconocer en el pensamiento del jurista alemán Carl Schmitt la caracterización canónica de la figura del enemigo político, a partir de la célebre dialéctica amigo/enemigo expuesta en su ensayo El concepto de lo político. Brillante y docto intelectual y, al mismo tiempo, fiel seguidor de la ideología nazi, Schmitt ofrece dos disposiciones teórico-prácticas idóneas para disertar sobre el odio al adversario político. Autor, pues, que escribe con conocimiento de causa. Recordemos ahora uno de sus más conocidas descripciones de enemigo: «El enemigo político no necesita ser moralmente malo, ni estéticamente feo; no hace falta que se erija en competidor económico, e incluso puede tener sus ventajas hacer negocios con él. Simplemente es el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo.»

La citación de Schmitt a propósito de la reseña de un libro sobre «el enemigo judeo-masónico en la propaganda franquista» tampoco se antojará ociosa ni caprichosa. Pues lo primero que llama la atención y provoca la curiosidad del lector no especialista interesado en este tema es la presunta incomprensividad del asunto, su supuesta incongruencia: en un contexto social sin apenas judíos ni masones, ¿cómo y por qué convirtió la propaganda oficial del franquismo —tanto en el alzamiento militar y la guerra como durante el propio régimen— a la hidra del judaísmo y la masonería en el paradigma del enemigo a denigrar, odiar y anatemizar?

Si algún enemigo político real y principal tuvieron las fuerzas franquistas, antes y después de la Guerra Civil, fueron, sin duda, los comunistas (mucho más que los anarquistas e, incluso, que los socialistas). Sin embargo, los responsables del aparato de propaganda a la hora de fijar el centro de la diana, el Enemigo marcado como gran amenaza, optaron por el binomio —el contubernio— judeo-masónico. Esclarecer este aparente sinsentido exige discernir el sentido profundo y simbólico del término «enemigo», así como la función y el impacto de la propaganda en la sociedad.
 

 
A esta tarea se aplica con esmero el trabajo de investigación de Javier Domínguez Arribas (Madrid, 1975), doctor en Historia por la École de Hautes Études en Sciencies Sociales (París) y profesor titular de Civilización española en la Universidad de París XIII. El ensayo, a lo largo de sus quinientas treinta y cuatro páginas, está estructurado en cuatro partes: Condicionamientos, La Guerra civil española, La época de la Segunda Guerra Mundial y, finalmente, Las funciones de la propaganda anti-judeo-masónica. El texto toma como base una tesis doctoral, con todo lo que comporta semejante origen: minuciosidad y rigor, pero también mucho detalle y aun exhaustividad.

En cuanto a los condicionamientos, Domínguez Arribas indaga la larga tradición de pensamiento que sirvió de base para la construcción y difusión del mito judeo-masónico. A largo plazo, encontramos, sin duda, un eco antijudío tradicional en España, que se remonta a la expulsión de los hebreos durante el reinado de los Reyes Católicos, y que posteriormente quedó establecido a través del imaginario popular (leyendas, frases hechas) combinado con ecos remotos del crimen al Mesías. Fue en la segunda mitad del siglo XIX, vía Francia, cuando aparece definido el modelo del «complot» judeo-masónico. Es el escenario del affaire Dreyfus y la difusión de los farsantes Protocolos de los Sabios de Sión. Pero, todo esto, lejano y derivado, no es suficiente para la explicar el fenómeno.

¿Por qué atrajo tanto a los propagandistas del franquismo el modelo de «enemigo judeo-masónico»? Pregunta clave, según especifica el propio autor: «El tipo ideal de enemigo que pintaba la propaganda del régimen —tomando el mundo real sólo como una referencia lejana— nos dice mucho más de sus creadores que de los grupos minoritarios a los que se pretendía representar.» (pág. 18). En España, no existía comunidad judía apreciable desde el siglo XV. En 1936, fecha tomada como inicio de la pesquisa, habría alrededor de 6.000 judíos en la Península, la mayoría huída de la Alemania nazi. La cifra sería similar para el caso de los miembros de la masonería. Ambas comunidades, en consecuencia, muy discretas, y la segunda incluso «secreta».

Es más, el mismo general Franco no tuvo nunca una inclinación explícitamente antisemita. De hecho, llegó a mostrar simpatía por los judíos sefardíes, sin duda más por la raíz hispana que por la fe. Su personal obsesión antimasónica sí fue, por el contrario, más señalada, probablemente por circunstancias que es preciso determinar, en gran medida, indagando en el ambiente familiar del dictador. En este punto, el hilo discursivo de Schmitt vuelve a sernos útil: «A un enemigo en sentido político no hace falta odiarlo personalmente; sólo en la esfera de lo privado tiene algún sentido amar a su “enemigo”, esto es, a su adversario.»

A nivel legislativo y ejecutivo, el régimen franquista también persiguió y reprimió, sobre todo, a los masones, aunque como puntualiza Domínguez Arribas: «En general, el hecho de ser masón no constituyó el principal motivo de persecución, sino una condición agravante.» (pág. 158). Por lo que afecta al acoso al judío la circunstancia fue distinta. Al ser considerados en su conjunto partidarios de los «rojos» —como lo atestigua, por ejemplo, la notable presencia de judíos en la Brigadas Internacionales—, el castigo venía motivado más por causas políticas que religiosas o raciales.

El enemigo político era, entonces, lo que estaba por categorizar y diseñar, a fin de erigirlo en mito que asegurase, de la manera más eficaz, la función explicativa, legitimadora y represiva del régimen autoritario de Franco. El objetivo último del mito era garantizar la unidad de la coalición que sustentaba el régimen, pero también atraer nuevos afines a la «causa». Ocurre en todos los gobiernos dictatoriales que no toman, -a diferencia del nazismo- la raza como Enemigo. Para la URSS y los países sometidos al comunismo, el Enemigo estaba encarnado por la figura del «burgués»: los burgueses eran los enemigos y en «burgués» era convertido el amigo caído en desgracia, o sea, en enemigo. En el caso del franquismo, continúa el autor, el modelo funcionaba de modo similar, aunque al revés: «Probablemente, ciertas características supuestas del enemigo judeo-masónico lo hacían más útil que los comunistas en tanto que factor explicativo de las calamidades que sufría España. Esas características están relacionadas con la invisibilidad, el misterio y el secreto que se le atribuía.» (pág. 406).

La propaganda servía para marcar diferencias y para unir, según las circunstancias, a las distintas familias del Régimen. A Franco, aliado de Hitler, no le convenía señalar al comunista como representante del Mal durante el pacto de no agresión germano-soviético de 1938 a 1941. Después de la Guerra Civil, muchos antiguos miembros del Frente Popular tenían que cogerse a alguna excusa para cambiar de bando. Tras la Segunda Guerra Mundial, y la salida a la luz del Holocausto, tampoco era estratégico demonizar al judío. Lo cierto es que a partir de 1945 la propaganda oficial abandona casi por completo el tema antisemita, quedando los masones como personificación «favorita» del Enemigo. Si masones no había, o no quedaban, en España, masón era quien osaba oponerse o contradecir a la autoridad oficialmente instaurada.

El ensayo cuenta con una sección de abundante bibliografía y fuentes, varios anexos con diversos organigramas, y un índice onomástico, así como bastantes ilustraciones con textos (pasquines o panfletos, cartas) e imágenes.

Ariodante
Junio 2010

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10 comentarios en “EL ENEMIGO JUDEO-MASÓNICO EN LA PROPAGANDA FRANQUISTA (1936-1945) – Javier Domínguez Arribas

  1. farsalia dice:

    La búsqueda de un enemigo interior –conectado o no con enemigos exteriores– siempre ha estado presente en las dictaduras, como acicate para mantener el orden público y como excusa para legitimar un nuevo ordenamiento político. Y en este caso, Franco –más que el régimen franquista de primera hornada– asume un tópos muy extendido para crear un estado de constante alerta e incluso de miedo. Aunque también es cierto que la persecución masónica tiene mucho de fobia personal, de manía propia incluso. Lo curioso es que en la retórica frnaquista prácticamente hasta el final del régimen se mantiene esa apelación a mantenerse alerta ante el enemigo masón, al mismo tiempo que se le utiliza como ente a quien echar la culpa de toda conjura, contubernio o maniobra que se produzca, supuestamente o no, y cuyos fines sean atacar el régimen «legalmente» constituido en septiembre de 1936.

    Interesante libro, al que ya tenía echado el ojo, y no menos interesante reseña.

  2. lucano dice:

    Muy buena reseña, y muy atractivo el libro. Siempre me sorprendió la retórica de conspiración judía por parte del franquismo, pues, aparte de apenas tener presencia en España, la actitud de los hebreos para con España en el protectorado de Marruecos fue siempre muy positiva y los militares africanistas debían conocer ésto.
    Disiento en cambio con respecto al papel de los masones en la propaganda franquista, no sé si su número era escaso o no, pero la pertenencia a la masonería era común a algunos políticos (y militares) republicanos relevantes, y además tenía un tinte anticlerical que impregnó la etapa republicana casi desde el principio, por lo que aparecen como adversarios lógicos del nuevo régimen. La «obsesión» de Franco por los masones (un tanto exagerada quizá, tribunal especial de represión de la masonería incluído) tenía por lo tanto una cierta base que no se explica en el caso de los judíos, salvo por influencias externas (de los nacionalistas católicos franceses, de los nazis, …)

  3. ARIODANTE dice:

    Y por la «tradicional amistad» política de Franco y su régimen hacia los países árabes, que implicaba, lógicamente, tomar partido contra Israel.

  4. Antonio dice:

    Buenas tardes y gracias por la recensión:

    El judío ha sido la mayor parte de su historia el chivo expiatorio de muchos regímenes,y en el mundo contemporáneo especialmente en las dictaduras y, también en las democracias. Y lo sigue siendo.

    A mi también me ha sorprendido siempre la retórica de conspiración judía por parte del franquismo, que dice Lucano, y me sorprende lo presente que está en nuestra sociedad en nuestros días ; no obtante la de los masones estaba justificada.

    Cortésmente.

  5. Valeria dice:

    Cuán interesante es a veces bucear en «el por qué de las cosas». Me resulta el libro, de primera impresión, un poco extenso y minucioso de más, pero la reseña me ha parecido muy instructiva, y se agradece.
    Gracias, Ario.

  6. Sapor dice:

    Interesante reseña e interesante web.Aprovecho para presentarme,es la primera vez que participo.Un saludo desde Valencia.

  7. ARIODANTE dice:

    Bienvenio, Sapor! ¡¡Otro valenciano!! Qué bien, ya vamos siendo legión…o al menos, una cohorte.

  8. Rodrigo dice:

    Efectivamente, como factor de cohesión interna y de movilización político-social, nada -o poco- hay de mayor utilidad que un discurso reduccionista y mixtificador como el del «eterno enemigo».

    El tema está expuesto de manera brillante, Ario, con un encabezamiento sobradamente oportuno. De mis días de estudiante recuerdo que ese señor Schmitt identificaba la política con la violencia institucionalmente legitimada, al extremo de que el liberalismo o la doctrina de la democracia constituirían una negación de la política. Difícilmente pueda haber una teoría más reprochable por su esencialismo y reduccionismo inherentes. Por su parte, Hannah Arendt, una pensadora que me merece muchísimo mayor respeto, incurría en distorsiones similares al sostener exactamante lo contrario: a menor violencia, mayor contenido político de una acción, de lo que se derivaría un mayor grado de «politicidad» de la democracia -bajo el supuesto de que la democracia propende a regular y a contener la lucha por el poder-. En fin.

    Qué buenos libros publica Marcial Pons. Lástima que a estos lares sólo llegan cuando a los de Siglo XXI de Argentina les parece bien.

    Saludos.

  9. Gww dice:

    Muy buena reseña, has dejado muy claro el contenido de un libro bastante extenso. Me quedo con el comentario de que la eleci´´on del enemigo perfila mejor al que lo elige que al perseguido. Lo sorprendente es el mecanismo por el que toda esa propaganda pasa a ser dada por buena por el conjunto de los ciudadanos sin necesidad de validarla a nivel personal, sin racionalizarla. Y todavia decimos que la tele nos atonta, pero es que parece que tenemos una larga corriente en este sentido.

    Un abrazo.

  10. ARIODANTE dice:

    Y tan larga, GWW! Aunque te digo una cosa, en la época de Franco, al menos lo que yo he conocido de ella, la gente de a pie de mi generación se tomaba eso del judeomasonismo bastante a la torera, ya que la gran mayoría no sabía qué era eso de la masonería y de los judíos, estaban convencidos de que en España no había judíos, que estaban todos fuera. Cuando en clase nos adoctrinaban (sobre todo en el Instituto) en la asignatura de Formación del Espíritu Nacional, (equivalente a la de Ciudadanía hoy en día) lo tomábamos a cachondeo. Y las generaciones anteriores, mis padres, por ejemplo, no es que dieran por buenas esas interpretaciones. Es que eran la generación del silencio. No se podía hablar. No hablaban. ¿Tu has visto «El espíritu de la colmena», de Víctor Erice? Pues es eso: el silencio. Abejitas, a trabajar y a callar.

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