EL DIOS INDÓMITO – Sanche de Gramont

EL DIOS INDÓMITO - Sanche de Gramont Nimbado por la leyenda aunque carente del prestigio del Nilo, el río Niger fue durante siglos uno de los mayores enigmas de la geografía y un gran desafío a la imaginación de Occidente. Una serie de circunstancias hacían de barreras infranqueables, velándolo a la sed de conocimiento y la codicia occidentales: un clima severo; enfermedades mortíferas; los formidables obstáculos del Sahara y la selva;  población hostil. No sólo se desconocían las fuentes y el trazado del río, también la dirección en que fluyen sus aguas.  En su muy leída Historia y descripción de África (1526), León el Africano decía haberlo navegado a lo largo de varios kilómetros pero confirmaba el por entonces generalizado error de que el río fluye hacia el oeste. Sólo en 1796 el explorador Mungo Park descubrió para Occidente que la corriente  del Níger fluye en sentido contrario. En lo sustancial, El dios indómito cubre un siglo de penetración europea en la región del Níger, período inaugurado por la primera expedición del  escocés Park. Así pues, es una historia de aventureros, exploradores y conquistadores decimonónicos lo que se cuece en sus páginas.

El autor es Sanche de Gramont, seudónimo del biógrafo, historiador y periodista de origen francés  Conde San Charles Armand Gabriel, nacido en 1932. En la década de 1970 se convirtió en ciudadano estadounidense y adoptó el nombre de Ted Morgan. El título del libro, que en la publicación original es The Strong Brown God (1975), proviene del poemario Cuatro Cuartetos, de T. S. Eliot («No sé gran cosa de los dioses, pero creo que el río/es un dios pardo y fuerte, hosco, intratable, indómito…»).

El libro arranca con la fundación en Londres, en 1788, de la African Association, entidad privada integrada inicialmente por doce individuos de la alta sociedad inglesa cuyo objetivo era promover la exploración del corazón del continente africano. La asociación patrocinó las primeras expediciones al Níger, que tras algunos fracasos iniciales se vieron coronadas por el éxito de la expedición de Mungo Park, en 1795-1796. El mismo Park emprendió en 1805  una segunda expedición, la que le costó la vida en circunstancias no del todo esclarecidas; la versión aceptada sostiene que se ahogó en el río al intentar huir del ataque de una tribu nativa. La tarea de explorar la región se cobró una alta cuota de vidas, lo mismo que la de establecer avanzadas de la civilización en lugares como el delta del Níger, que a causa de la malaria fue una verdadera «tumba del hombre blanco». A Park lo sucedieron otros exploradores y aventureros, la mayoría de ellos escoceses. Como excepciones destacan el francés Roger Caillié y el alemán Heinrich Barth. Caillié era un bretón de origen modesto y  viajero por cuenta propia, genuino vagabundo que sin embargo logró en 1827 la hazaña de ser el primer europeo en hollar la legendaria ciudad de Tombuctú y de vivir para contarlo, en una época en que Tombuctú tenía fama de lugar del que no volvía ningún europeo. En concepto de  Caillié, la ciudad, que se suponía rica y poderosa, no estaba a la altura de su leyenda y era poco más que un apiñamiento de casas de barro. A su regreso a Europa publicó un libro que fue mejor recibido en Inglaterra que en Francia, donde se lo consideró un fraude.

Por su parte, Barth representó la transición del  aventurero al viajero e investigador docto. Hombre de sólida formación académica, a la vez geógrafo, historiador, antropólogo y filólogo que hablaba un árabe fluido; fue reclutado por el gobierno británico como explorador y misionero. Debería ser tan famoso como Livingstone, Richard Burton o el capitán Cook, pero hoy es casi un desconocido. Vivió cinco años ininterrumpidos en África, entre 1850 y 1855; logró hacerse apreciar por los nativos, cuyos usos no desdeñaba; resolvió buena cantidad de misterios sobre la geografía del África occidental; publicó una obra en cinco volúmenes que es un caudal de información científica; se esforzó por demostrar que el presunto continente bárbaro tiene una historia y unos patrones socioculturales de notable complejidad.   El problema es que era alemán, y a pesar de ser bañado con medallas y reconocimientos por los británicos, el hecho de que una expedición británica fuera liderada por un extranjero lo hizo impopular. Se le reprochó el que pusiera topónimos alemanes y el que alguna información sobre su estada en África fuera publicada antes en Alemania. La crónica de su viaje pasó más bien inadvertida; cierto es que son cinco tomos en que prevalecen raudales de información demasiado árida y densa, explica el autor.  Al menos, en Alemania pudo hacer una exitosa trayectoria académica.

A los exploradores siguieron los conquistadores, los misioneros y los comerciantes. Al capítulo de las primeras expediciones lo sucede el de empresas de conquista por las mayores potencias imperiales europeas, el Reino Unido y Francia. En esta parte, De Gramont procede a describir, no sin espíritu crítico, dos modelos alternativos de expansión en competencia.

La conquista del bajo Níger fue al principio un empeño llevado a cabo por particulares, obra ante todo de exploradores, comerciantes y abolicionistas británicos. El alto Níger, en tanto, fue conquistado por militares franceses.  «El oficial francés convirtió la expansión colonial en una épica, mientras que el comerciante inglés la convirtió en una hoja de balances», dice de Gramont. Lo que no quiere decir, claro está, que en la zona británica faltasen los hechos de armas. Hubo combates, toma de reductos fortificados, bombardeo de localidades costeras. Pero los británicos no debieron, como sus rivales franceses, librar una guerra de cincuenta años contra dos considerables potencias africanas; ni asumieron la expansión en el continente como antídoto de una derrota militar, tal la sufrida por Francia ante los prusianos en 1870-71.  En la zona británica, el hombre que se lleva la palma es George Goldie, quien al mando de la United African Company, fundada en 1879 y que a partir de 1886 fue la Royal Niger Company,  ejerció un control dictatorial sobre el tráfico en el río y detentó poderes cuasi gubernamentales. Fue más que el guardián de los intereses británicos en el bajo Níger: fue quien entregó a Inglaterra un imperio de tierras en África Occidental. Quizás porque las esporádicas campañas bélicas que libró no llamaron la atención del público europeo y porque fue extremadamente celoso de su privacidad (al punto de quemar sus escritos y prohibir toda biografía de su persona), Goldie no alcanzó la fama de un Cecil Rhodes, otro hacedor de imperios.

El libro nos depara un contraste entre los modelos administrativos de los dos imperios en el Níger. Los británicos se valieron del gobierno indirecto, reconociendo la autoridad de  los gobernantes locales a la vez que monopolizaban el comercio. Los franceses se ciñeron a la política del gobierno directo,  más congruente con el patrón histórico francés, de pronunciada centralización. Redujeron el poder de los jefes locales y se empeñaron en una política de asimilación de la población nativa, en cuyo marco se abolían leyes, tradiciones y usos vernáculos, sustituyéndolos por el Código Napoleónico y libros de texto de historia francesa. Como señala el autor, «nunca se les ocurrió que los africanos pudieran estar ligados a su propia forma de civilización». En los hechos, resultaba imposible hacer tabla rasa de las particularidades culturales de veinte millones de africanos, convirtiéndolos en franceses de piel oscura; los que, por demás reducidos a la condición de ciudadanos de segunda clase, no llegaban a disfrutar de la proclamada igualdad de derechos.

Por su parte, el sistema de gobierno indirecto aplicado por los británicos implicaba aceptar ciertos usos locales como el canibalismo y la ordalía por veneno, o apoyar a reyezuelos cuyas prácticas repugnaban a la conciencia de los occidentales. Fomentó un estado de sempiternas disputas entre jefes nativos, una situación de crisis permanente que desembocó en una larga serie de intervenciones armadas, rebeliones y movimientos de secesión. Proporcionó un modelo menos útil a las naciones independientes que la apisonadora del gobierno directo, y a largo plazo –sostiene de Gramont- su legado contribuyó a catástrofes como la guerra de Biafra.

Con todas sus diferencias, ambos paradigmas imperiales tenían en común el encubrir su expansión con el pretexto de realizar una misión civilizadora; y es que los imperios, se pensaba, existían como evidencia de las virtudes morales de los pueblos superiores y para beneficio de las razas atrasadas.

-Sanche de Gramont, El dios indómito. La historia del río Níger. Turner/Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2003. 373 pp.

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4 comentarios en “EL DIOS INDÓMITO – Sanche de Gramont

  1. ARIODANTE dice:

    ¡Vaya cambio de registro, Rodri! Magnífica, como siempre, la reseña. Me atrae muchísimo este tema, de hecho, tengo esperando al momento idóneo para su lectura el libro de las exploraciones de Mungo Park, además de las de Livingstone. Efectivamente, hubieron dos modelos de expansión colonial, sin que podamos decidir -aunque sí opinar- cuales eran más o menos eficientes o razonables.
    Nadie ya entiende que la misión civilizadora de los imperios fuera una obra caritativa, pero sí es cierto que depende el estilo de colonización, se han desarrollado luego unos pueblos u otros.
    Los británicos sólo han mantenido su propio estilo de vida en el extranjero aplicado a sus personas, nunca a los indígenas. Podría verse esto como una segregación racial, -que lo es- pero por otra parte el hecho de mantener las tradiciones locales para los indígenas les ha evitado algunos conflictos…que han venido, por otra parte, cuando se han querido erradicar costumbres flagrantes como el canibalismo. El sistema francés ha implicado muchas veces masacres y otros conflictos, innecesarios si no se hubieran empeñado en implantar su centralismo napoleónico, probablemente. Como no domino el tema, sino que me interesa informarme, probablemente añada este libro a los pendientes sobre el tema colonial.

  2. Melissa dice:

    Felicidades por la reseña, no conozco mucho el tema pero dan ganas de comprar el libro para aprender sobre él.

    Un saludo

  3. Rodrigo dice:

    Gracias, Melissa, Ario.

    Ario, supongo que el libro de Park al que aludes es Viajes a las regiones interiores de África, que según acabo de enterarme ha sido publicado por Ediciones del Viento. Interesante catálogo el de esta editorial, oye, muy apetitoso para el aficionado a la literatura de exploraciones.

  4. ARIODANTE dice:

    Exacto, ése es. Ediciones del Viento tiene una colección de viajes divina, rescatando textos de ilustres viajeros y exploradores. Lo que siento es que aún no hayan «rescatado» los diarios de Cook.

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