DECISIONES TRASCENDENTALES – Ian Kershaw

DECISIONES TRASCENDENTALES - Ian KershawComo cualquier otro acontecimiento, de grande o escasa repercusión, la Segunda Guerra Mundial podría haber seguido un derrotero distinto del que acabó registrando la historia. Solo una concepción determinista de los fenómenos humanos podría desplazarla -en retrospectiva- desde los dominios de la contingencia y el devenir a los de la fatalidad, adjudicándole la impronta de las catástrofes inevitables: como si una inextricable confabulación de fuerzas impersonales y exentas de todo control hubiera sellado su destino. Por el contrario, la voluntad y la capacidad de tomar decisiones tuvieron en ella un papel fundamental, un papel cuya relevancia adquiere contornos más nítidos conforme se observa la actuación de las instancias resolutorias. El liderazgo, fuese individualista o colectivo -democrático o dictatorial, carismático o gerencial, estable y concienzudo o impulsivo y errático, entre otras muchas características-, incidió en grado superlativo en la progresión de sucesos circunscritos por las jornadas de septiembre de 1939 y noviembre de 1945: lo propio de un genuino agente histórico, operando –se sobreentiende- en el marco de contextos específicos; a la cuantía variable de la personalidad y una serie de elementos conexos, sin olvidar la amalgama siempre versátil de carisma, ideología, sentido de la oportunidad y destreza táctica, hay que sumar el peso de un factor tan crucial como es el de la institucionalidad vigente en cada uno de los estados beligerantes. Obviamente, no es indiferente a efectos históricos que fuese Hitler en vez de un Goering o un Ribbentrop el árbitro de la política internacional alemana, ni que en mayo de 1940 a Neville Chamberlain lo sucediera Churchill en lugar de lord Halifax, ni que al año siguiente Roosevelt obtuviera de la ciudadanía estadounidense un tercer mandato presidencial (cosa inédita hasta entonces); como no daba lo mismo que el Reino Unido fuera una monarquía parlamentaria, la Unión Soviética una dictadura totalitaria y el Japón una forma más o menos difusa de despotismo estamental (propiciado en vez de contrapesado por un monarca débil). Es en contingencias de esta índole que se enfoca Decisiones trascendentales (‘Fateful choices’, 2007), libro en que el renombrado historiador Ian Kershaw somete a examen un conjunto de resoluciones que contribuyeron a perfilar la SGM según la conocemos, en tanto conflagración de proporciones globales, la más ensañada y destructiva de la historia e involucrando un genocidio que es un trauma en la conciencia de la humanidad. Dada esta premisa, el estudio emprendido por Kershaw equivale a una incursión en el tuétano de los años dramáticos que remodelaron el mundo, para bien y para mal.

Son diez las decisiones escrutadas por el autor, todas ellas tomadas entre mayo de 1940 y diciembre de 1941. Seis de ellas corren por cuenta del Eje, la coalición de potencias agresoras. De Alemania provinieron las decisiones de atacar a la Unión Soviética, declarar la guerra a Estados Unidos y exterminar a todos los judíos de Europa. Del Japón, las de expandirse hacia el sur, invadiendo la Indochina francesa, y la de desatar un conflicto frontal con EE.UU. A Italia le cupo extender la guerra en tierras balcánicas, con su fallida invasión de Grecia. En lo tocante a las potencias aliadas, las iniciativas consideradas son las de proseguir la lucha con Alemania en lugar de negociar una salida, por parte del Reino Unido; proporcionar ayuda a los británicos y enfrascarse en una suerte de guerra naval no declarada con Alemania, por parte de EE.UU.; finalmente, desatender la multitud de señales que anunciaban el asalto alemán a la Unión Soviética, decisión que recae en su omnímodo gobernante, Stalin. Huelga decir que la perspectiva asumida por Kershaw implica una reivindicación del individuo como factor histórico (¿quién puede, por ejemplo, dudar de la responsabilidad de Hitler en el desencadenamiento del mayor conflicto de todos los tiempos?); lo cual es perfectamente compatible con la constatación de que aun el desempeño del más poderoso de los autócratas está condicionado –que no determinado- por las circunstancias, por lo que siempre se ha de tener en cuenta las fuerzas impersonales o estructurales que circunscriben la acción individual: un imperativo que nuestro autor tiene presente en todo momento.

El análisis desarrollado por Kershaw, formalmente supeditado a la secuencia cronológica de los acontecimientos, pivota sobre dos ejes temáticos: los procesos de toma de decisiones y las opciones que estuvieron a disposición de quienes resolvían. El primero se aboca el accionar de los máximos dirigentes, las estructuras y modalidades de liderazgo y el marco institucional en que éste maniobraba. El segundo evalúa las alternativas que podrían haberse seguido en cada caso, asunto que concede un margen a la especulación por parte del autor –relativo a lo que podría haber sucedido si la decisión tomada hubiera sido distinta-, pero sin llegar a convertirse propiamente en un ejercicio de historia virtual o contrafactual (el juego del what if…). Kershaw subordina el alcance del ingrediente especulativo a variables sobremanera realistas y plausibles, atendiendo siempre al objetivo de demostrar que, muy especialmente en las etapas iniciales del conflicto y por estrecho que fuera el rango de opciones, el curso de acción de las potencias no sufría el peso de lo inexorable. Nada había de ineludible en la negativa británica a acordar el cese de hostilidades con Alemania. Ni lo había en la decisión japonesa de llevar la guerra al sur del Extremo Oriente mientras se persistía en prolongar el “atolladero en China”, desechando de paso la opción de atacar a la URSS. Tampoco lo había en la política rooseveltiana de prestar ayuda al Reino Unido con medidas como la Ley de Préstamo y Arriendo, la cesión de medio centenar de destructores y suscribir la Carta del Atlántico, contraviniendo el aislacionismo propugnado por importantes sectores de la sociedad estadounidense. Mucho menos debida al destino era la resolución mussoliniana de arremeter contra Grecia, haciendo caso omiso de las objeciones planteadas por los mandos militares italianos, y desde luego que la declaración de guerra de Alemania a los EE.UU. (país al que Hitler no tenía idea de cómo vencer) no era una medida urgente ni forzada, no digamos predestinada…

Lógicamente, los regímenes autoritarios exhiben un pronunciado personalismo a la hora de decidir el curso de acción, con la notable excepción del Japón. En la incesante lucha de facciones que caracterizaba la conducción de la política exterior japonesa, eran los mandos militares los que acaparaban la mayor cuota de poder, respondiendo directamente ante la persona del emperador y opacando al gabinete de gobierno (formado preferentemente por civiles), pero ni siquiera ellos podían preciarse de actuar al unísono ya que los intereses del ejército y los de la marina raramente convergían. Además, la presión a favor del expansionismo y la beligerancia la ejercían con brío creciente los mandos intermedios de las fuerzas armadas, que incluían a los planificadores estratégicos, y fueron ellos los impulsores concretos de la “guerra japonesa”. (Sobre este particular conviene leer Japón 1941, el pormenorizado estudio de Eri Hotta.) En las antípodas de esta modalidad colectiva y faccionalista de autoritarismo se hallaban los regímenes alemán y soviético, cuyos dictadores sencillamente acostumbraban imponer su voluntad, sin consultar ni responder ante nadie. Lejos de ser el “dictador débil” que una corriente historiográfica creyó ver en su momento, Hitler era el amo y señor de los destinos de Alemania y no había órgano ni corporación que desafiase tal orden de cosas. El propio Kershaw ha esclarecido –quizá mejor que nadie- los resortes de su poder incontestado, destacando la aclamación de las masas, la política hitleriana de fomentar la rivalidad entre sus subordinados y el mecanismo fundamental de “trabajar en la dirección del Führer”. Por demás, Hitler podía contar generalmente con la adhesión casi sin fisuras de los mandos militares. Cuando la suerte se volvió adversa a las armas alemanas, sólo una minoría de la oficialidad estuvo dispuesta a rebelarse contra el dictador.

Stalin, por su parte, había consolidado su posición única mediante el terror, a tal extremo que ni siquiera los más allegados a él en la élite del poder podían considerarse a salvo de sus caprichos (o su paranoia). La continuidad de los gerifaltes del régimen dependía por completo de la lealtad al déspota georgiano, y aunque éste aparentase tener en cuenta su parecer –usualmente mellado por las rencillas y las discrepancias-, nadie más sino él trazaba la ruta del estado soviético… y el coro de aduladores que lo rodeaba –que esto era en realidad- lo sabía a la perfección. Apropiadamente observa Kershaw que «el sistema estalinista estaba preprogramado a todos los niveles para proporcionar al dictador soviético confirmación de sus propios prejuicios». En esta línea de razonamiento, el caso italiano presenta algunas diferencias, ya que Mussolini nunca pudo desembarazarse del todo del freno a sus ambiciones representado por la figura del monarca. En el país operaba, por otra parte, una especie de “cártel del poder” conformado por la gran empresa, la burocracia estatal, los mandos militares y la Corona, los que no siempre estaban dispuestos a secundar pasivamente la voluntad del Duce. (El parlamento –su remedo, más bien-, el Gran Consejo Fascista y el partido, en cambio, prácticamente no contaban como instancias resolutivas ni como contrapeso. No antes de 1943, claro está.) Sin embargo, la popularidad y el prestigio de Mussolini habían alcanzado a fines de los años 40 cotas elevadísimas, lo que le permitió actuar como nunca a la manera de un príncipe absolutista. El ataque a Grecia fue obra suya, en plenitud.

De entre todas las grandes potencias, sólo en EE.UU. tenía la opinión pública algún peso. Roosevelt no podía ni quería desentenderse de ella, con todo y su tendencia a concentrar en sí mismo el poder de decidir, como no podía deshacerse sin más del control ejercido por el Congreso. Su sentido del respeto a la Constitución moderaba su fuerte temperamento, pero en la práctica su convicción de que no se debía abandonar Europa -y en particular al Reino Unido- a la depredación nazi lo llevó a una progresiva personalización de las facultades resolutivas. En consecuencia, el sistema estadounidense experimentaba en 1941 una de sus fases de mayor presidencialismo. Al otro lado del Atlántico, el sistema británico otorgaba menos importancia a la opinión pública que a la moral combativa de la población, pero por más que su propensión a interferir en asuntos militares llegase a niveles insólitos, Churchill no podía obrar enteramente a sus anchas: ni siquiera su sólida preeminencia en el Gabinete lo libraba de la obligación de consultar regularmente con sus colegas de gobierno. Similitudes y diferencias aparte, las dos democracias anglosajonas debieron mucho de su éxito en la guerra al hecho de ser gobernadas por personalidades fuertes como Roosevelt y Churchill.

Decisiones trascendentales: aunque en rigor no aporte novedades espectaculares, se trata de un libro valioso por su enfoque y por el análisis comparativo desplegado por el autor.

– Ian Kershaw, Decisiones trascendentales. De Dunquerque a Pearl Harbor (1940-1941): el año que cambió la historia. Península, Barcelona, reimpresión de 2013. 760 pp.

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6 comentarios en “DECISIONES TRASCENDENTALES – Ian Kershaw

  1. Farsalia dice:

    Leí el libro cuando se publicó la primera edición castellana (2008; edición original de 2007) y en general coincido con la reseña: no aporta nada sustancialmente nuevo pero sus diversos capítulos permiten profundizar en algunos aspectos concretos de la Segunda Guerra Mundial. Vale la pena.

  2. Rodrigo dice:

    De eso se trata, ni más ni menos.

    El enfoque es lo que cuenta en este caso. Esto y la posibilidad de ahondar en ciertas variables históricas cruciales, iluminadas justamente por la mirada focalizada del autor.

    El libro más reciente de Margaret MacMillan, Las personas de la historia, parece incidir en la importancia del liderazgo y el peso de la individualidad en la toma de decisiones como factores históricos de primera magnitud. Habrá que estar atentos.

  3. Clodoveo11 dice:

    Prescindible, pues. :-)

  4. Rodrigo dice:

    Seguro. Como todos los libros sobre personalidad y liderazgo en la historia. O sobre el problema de los factores personales frente a los determinantes estructurales, etc…

  5. David L dice:

    Tengo el libro, aunque no lo he leído todavía. Creo, tras leer la reseña, que uno de los aspectos más interesantes que puede presentar este trabajo radica en la opinión personal del autor. Ian Kershaw es un especialista consagrado en el conflicto mundial, así que su visión sobre las posibles alternativas que podrían haberse tomado alterando el curso de la historia despiertan mi curiosidad.

    Por supuesto, estoy muy de acuerdo con la importancia individual en la toma de decisiones. Los líderes marcan en muchisimas ocasiones el discurrir de la historia.

  6. Rodrigo dice:

    Desde luego, en los libros de Ian Kershaw siempre hay un fondo de reflexión que supera el mero interés narrativo o anecdótico de los temas abordados. Este que he reseñado no es la excepción.

    Ya contarás cuando lo leas, David.

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