ADIÓS AL REY – Jill Paton Walsh

ADIÓS AL REY – Jill Paton WalshComo amigo, Gran Rey, debo aconsejarte que nunca te fíes de los mensajes de un griego”.

Temístocles podría haber sido el título de esta novela, porque encontramos a Temístocles desde la primera a la última página. El héroe de Salamina, el artífice de la libertad de Grecia, es el protagonista único y exclusivo de esta biografía novelada que nos presenta su vida y obra con el escenario de las Guerras Médicas de fondo. Sí, es una de griegos.

Esta es la novela que, de tener un servidor algo de idea en esto de hacer novelas, me habría gustado escribir. Mejor dicho: no esta novela sino el tema que trata. Si algo abunda en la Grecia Antigua son los personajes polifacéticos que viven entre luces y sombras y cuyo carácter y personalidad, dada la disparidad de valoraciones que nos han llegado de los que convivieron con ellos o los que escribieron sobre ellos, son siempre un reto para la imaginación. Sócrates, Alejandro, Alcibíades, Solón, Platón, Demóstenes… La lista sería muy larga, como larga es la de sus logros y larga la de los reproches que se les hizo a lo largo del tiempo. ¿Fueron buena gente, fueron más altruistas que egoístas, sus valores eran más el beneficio común que el propio, ambicionaban el poder más de lo que les correspondía…? Nunca lo sabremos, sólo podemos barajar las opiniones de los que escribieron sobre ellos y sacar nuestras propias conclusiones. Temístocles podría encabezar con todos los honores la lista antes apuntada, pues alcanzó las cotas más altas de popularidad y aprecio no ya en su ciudad, Atenas, sino en todo el mundo griego (incluso y especialmente en Esparta), y descendió a los niveles más bajos de desprecio también en toda Grecia (acusado de medismo, ostraquizado y condenado a muerte). La fuente de información de primera mano sobre tal personaje es Herodoto sin ninguna duda, pero también en Plutarco hay abundantes datos, más incluso que en Herodoto; Tucídides hace asimismo una buena  aunque breve aportación,  y también Cornelio Nepote le dedica unas páginas. Finalmente, hay por ahí una pequeña colección de cartas apócrifas supuestamente escritas por él. Usando esos textos puede reconstruirse, aunque con inevitables lagunas, un esbozo más o menos definido de la vida de Temístocles, una vida plagada de emociones situada en un contexto histórico clave para el devenir de Grecia: la guerra contra el medo y el nacimiento del imperio ateniense.

Al parecer Temístocles hijo de Neocles, del demo de Freario, fue un político de mente rápida, sagaz y veloz de reflejos como pocos, y previsor como ninguno. Eso es lo que dicen algunos de los autores clásicos antes citados. Pero también dicen que era populista, que le gustaba la riqueza en exceso y que nunca decía que no a un soborno. Lo que no se le puede discutir es el amor por su patria, Atenas, a la que se dedicó en cuerpo y alma hasta que esa misma patria le obligó a poner tierra de por medio y buscar refugio, paradójicamente, entre los persas. Temístocles fue la figura clave para que Atenas construyera su flota de barcos cuando esta brillaba por su ausencia, fortificó el puerto de El Pireo, fue el gran triunfador en la batalla de Salamina, vivió en olor de multitudes durante los primeros años del surgimiento del imperio ateniense, cayó estrepitosamente en desgracia algo después, fue sucesivamente condenado al ostracismo, acusado de confraternizar con los persas, condenado a muerte y perseguido por toda Grecia, hasta que fue a parar, como se ha dicho, a la corte del recién coronado rey persa Artajerjes, hijo de Jerjes, donde vivió gozando del favor real hasta su muerte. Una vida digna de ser novelada, desde luego.

La novela está escrita en clave de biografía personal, aunque formalmente es una epístola que Temístocles dirige a su amigo el Gran Rey justo antes de morir. Pero, pese a ser el propio griego quien habla de sí mismo, no se infla como un globo sino que trata de contar las cosas como son, o sea: habla de sus virtudes tanto como de sus defectos (¿un griego hablando de sus defectos? Dónde hemos ido a parar, por Zeus), tales como el egoísmo, la ambición, el afán de liderazgo, en fin: los rasgos negativos que las fuentes le suelen atribuir a Temístocles. El protagonista apenas menciona su ambiente familiar, lo cual se echa de menos teniendo en cuenta que nos está explicando su vida en conjunto, no sólo sus hazañas bélicas. Pero apenas hay pinceladas de cotidianeidad, apenas hay otra cosa que no sea lo que se puede encontrar leyendo las fuentes. En la novela no hay historia paralela a la del Temístocles histórico (salvo quizá la amistad –posible pero improbable– con su rival político Arístides), no hay apenas creación de contenido por parte de la autora, como si la historia bastara por sí misma (y no lo dudo) para dar cuerpo a la novela. El estilo tampoco es especialmente destacable: sencillo, plano en ocasiones, sin florituras ni vulgaridades, sin puntos álgidos ni baches profundos.

La obra prácticamente translitera de las fuentes al formato novelesco los hechos que sucedieron en la vida de Temístocles. Se echa de menos un mayor desarrollo de la parte final de su vida una vez vencida la amenaza persa, que al ser precisamente la menos conocida de Temístocles es la que más juego creativo le habría dado a la autora. Pero esta parte transcurre de manera rápida en comparación con el resto, con lo que el lector se queda con las ganas. Anécdotas, muchas anécdotas son recogidas en el libro, bien hiladas y bien conjuntadas en una visión genérica de los hechos. Recuerdo que hace ya unos años leí uno de los dos ensayos biográficos que conozco (seguro que hay más) dedicados a Temístocles, The saga of Themistocles, de Robert J. Lenardon, de 1978 (el otro es The life of Themistocles, de A. J. Podlecki, 1975), y también era una especie de recopilación de los sucesos citados en las fuentes, recopilación cronológica e inserta en la historia de ese periodo griego. Quien está familiarizado con las fuentes sonríe cada vez que descubre en la novela alguna anécdota que le suene, así que ese punto a favor sí que lo tiene, desde luego. Vale la pena citar también la brevísima aparición que en Adiós al Rey hace ese gran héroe griego, desconocido para muchos, llamado Arimnesto, el espartano de Platea, y la también breve intervención de un Pericles infante.

Como punto en contra, en cambio, tiene la dura competencia que en las librerías hispanohablantes va a encontrarse con dos grandes novelas que abordan el mismo tema: la de de Julio Murillo El agua y la tierra, basada en las guerras médicas, donde el protagonista es Esquilo; y la de Javier Negrete Salamina, la cual, como la de Paton Walsh, tiene por protagonista a Temístocles pero a quien el autor le concede una mayor flexibilidad como personaje novelado.

Finalmente, la traducción tiene un leve, levísimo deje argentino explicable por la nacionalidad del traductor, Carlos Gardini, al parecer un famoso traductor y escritor de ciencia ficción en su país. Ello no es traba en absoluto para la lectura del libro, por supuesto.

La autora, Jill Paton Walsh, es una escritora inglesa con amplio bagaje en literatura para niños pero que también ha hecho incursiones en el género de la novela para adultos. Adiós al Rey fue publicada en 1972 y yo diría que es la primera vez que se traduce al castellano.

Buena lectura veraniega, en definitiva, agradable pero no trascendental, y para qué queremos que lo sea a fin de cuentas. Lástima que entre las muchas anécdotas que cuenta no esté explicada con más detalle la que culmina el final de su vida: habiéndole hecho prometer a su rey y amigo Artajerjes que no invadiría a los griegos sin su ayuda y consejo, pues deseaba vengarse de ellos por haberle calumniado y perseguido, Temístocles se despidió de sus amigos, bebió una copa de sangre de toro y murió en el acto. El rey, admirado por tal gesto, fue fiel a su promesa y jamás atacó Grecia.

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10 comentarios en “ADIÓS AL REY – Jill Paton Walsh

  1. Josep dice:

    Otro para NO comprar.
    Gracias, Cavilius.

  2. Farsalia dice:

    Yo es que estoy saturado del tema… y me da la sensación de que la reseña es mejor que la novela.

    Por cierto, Cavilius, ¿ya leíste o releíste La democracia ateniense de Rodríguez Adrados? Lo estuve releyendo la semana pasada y dudo si escribir la reseña o dejártela a ti…

  3. Vorimir dice:

    Bueno, he leido novelas como esta y otras mucho peores, así que si como lectura veraniega cumple yo le daría el aprobado y la oportunidad. Buena reseña Cavilius.

  4. cavilius dice:

    Bueno, es una novela aceptable pero nada más, no es mala pero tampoco buena. Tal y como está la vida, entiendo que más de uno la descarte.

    La reseña del de Adrados toda para ti, Farsalia, que se te ve con ganas. Yo estoy de vacaciones, lo cual quiere decir que podré zambullirme en una página cada dos días, con suerte.

  5. cavilius dice:

    Rectifico: ni una línea puedo leer. Comprobado.

  6. Antígono el Tuerto dice:

    Pues sí cavilius; tienes razón, donde este Salamina de Negrete que se quite Wals; además en la novela de Negrete se centra más en los trirremes y las maniobras navales, y las explica de un modo muy asequible; además añade al relato a personajes como Artemisia o Jerjes que dan una panorámica más amplia de la época.

  7. Josep dice:

    ¿Lees menos en vacaciones que durante el período laboral? Sí que tienes unas vacaciones activas, sí…

  8. Galaico dice:

    Buena reseña, Cavilius, aunque por lo que leo de los colegas, que ni fu ni fa, no sé, no sé, y me adhiero a lo que dice Farsalia, que de estos temas sabe un rato largo. Se da una cuenta de que a veces se aprende más del querido reseñador/reseñadora que de la propia obra, como en este caso. Saludos.

  9. Galaico dice:

    Joseeeeep, ¿cómo van las vacaciones?. Si ya las has disfrutado espero que fuesen lo mismo de activas. ¿Te ha servido de algo lo que te escribí para encontrar la novela de Remarque, El regreso?. (Y no actúa la Foster, je, je). Saludos.

  10. cavilius dice:

    Mis periodos vacacionales (incluyendo fines de semana) suelen ser más activos que el resto de mis días, Josep, al menos en el sentido de quedarme tiempo para la lectura; y tampoco es que tenga mucho tiempo el resto de días que sí puedo leer algo. Es mi sino, mi querido sino.

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