1945: CÓMO EL MUNDO DESCUBRIÓ EL HORROR – Annette Wiewiorka

1945: CÓMO EL MUNDO DESCUBRIÓ EL HORROR - Annette WiewiorkaA estas alturas estamos sobradamente familiarizados con las imágenes y relatos relativos al descubrimiento de los campos de concentración y exterminio nazis, en la fase final de la Segunda Guerra Mundial. Todo un capítulo del imaginario histórico del siglo XX se nutre de las espeluznantes fotografías y filmaciones hechas por corresponsales de guerra y soldados aliados conforme menguaba el territorio controlado por el Tercer Reich. Ahí están los barracones, las fosas, los vagones de tren atestados de cadáveres, los crematorios, las figuras esqueléticas de los supervivientes, las pilas de zapatos y otros objetos sustraídos a las víctimas, en fin: los testimonios gráficos del supremo horror, complementados por las imágenes que muestran a civiles alemanes a los que la comandancia aliada ha conminado a ilustrarse en terreno; complementados también por los primeros informes sobre tan escabroso asunto, entre los que la crónica de Vasili Grossman sobre Treblinka es uno de los más estremecedores (y uno de los más recordados en la actualidad). Podemos imaginar el impacto sufrido por Occidente en aquellos días, cuando se descubría el peor de los crímenes cometidos por un régimen de suyo criminal. ¿Podemos, de manera similar, ponernos en el lugar de los que se dieron de bruces con el espanto, los que cargaron con el deber de documentarlo y transmitirlo al mundo? ¿Concebimos en toda su realidad el instante del atroz descubrimiento, que inseminó en la memoria moderna el trauma del Holocausto y el régimen concentracionario nazi? Pues bien, la historiadora francesa Annette Wiewiorka (n. 1948) hace en 1945 un seguimiento de los pasos de Meyer Levin, y, secundariamente, los de Éric Schwab, dos de los hombres que descorrieron el velo y difundieron en primera instancia la cruda verdad. Levin fue un escritor y periodista estadounidense, corresponsal de guerra comisionado por dos periódicos de su país; Schwab, de nacionalidad francesa, era fotógrafo, contratado en 1944 por la agencia France-Press como reportero de guerra. Eran judíos, de distinta manera: Levin se sentía escindido entre su origen judío, aunque no observante, y su condición de estadounidense; Schwab era un caso de asimilación resuelta y no vacilaba en considerarse francés. Se conocieron a principios de 1945 y juntos fueron tras la estela del 3er. Ejército estadounidense del general Patton, a bordo de un jeep. Juntos arribaron al campo de concentración de Ohrdruf, el primero de los que fueron liberados por los estadounidenses.

Además de su motivación profesional, a Schwab lo impulsaba la búsqueda de su madre, judía alemana que había caído en manos de los nazis. A Levin lo atormentaba una inquietud existencial -¿quién era en verdad, qué lo definía como ser humano?- que en la preguerra lo llevó por un tiempo a Palestina y que vertió parcialmente en una serie de novelas de corte realista. Mientras se desempeñaba como corresponsal de guerra, despachando comunicados sobre los campos de concentración alemanes, pudo constatar que la identidad judía de un porcentaje elevado de las víctimas apenas contaba para los propios libertadores. Desde Eisenhower para abajo, todos se referían a los muertos y los supervivientes como prisioneros políticos, deportados o personas desplazadas. Levin hizo suyo el deber de reivindicar la judeidad de los caídos y de registrar sus nombres, que abundan en sus despachos y en un cuaderno personal. A partir de Buchenwald, la carrocería de su jeep empezó a quedar surcada de nombres judíos que los reclusos escribían a fin de notificar a sus seres queridos –los que hubiesen sobrevivido, como ellos-; se dio el caso de que alguna mujer reconociera el nombre de su marido, su hijo o su hermano. El recorrido de Levin y Schwab tuvo como una de sus últimas estaciones el castillo de Itter, en Austria, en que los alemanes habían confinado a un grupo de personalidades francesas: entre otros, Édouard Daladier, Paul Reynaud, los generales Weygand y Gamelin. Para nuestros dos protagonistas, registrar la liberación de este recinto fue una verdadera pausa en un itinerario saturado del más sórdido dramatismo… En la posguerra, Levin prosiguió su carrera literaria y periodística, que incluyó el erigirse en uno de los más entusiastas difusores del Diario de Ana Frank. Dejó huella de su identidad judía -más cultural que religiosa- en algunas películas escritas y dirigidas por él mismo, sobre niños judíos cuyos padres han sido asesinados por los nazis o en torno a la formación del estado de Israel.

El libro incide en una arista de la SGM que no por conocida deja de ser irrelevante, y en la quizá nunca se insistirá lo suficiente, a saber: no siendo el antisemitismo un vicio excluyente de la nación alemana -más bien al contrario, se trataba en propiedad de un mal de la época, del que ninguna sociedad occidental se hallaba exento-, lo que en aquel tiempo dio en llamarse la “cuestión judía” o el “problema judío” sólo lo fue, en toda su magnitud y con todos los agravantes imaginables, para Hitler y su régimen asesino. En la enorme y variopinta constelación de potencias beligerantes, únicamente la Alemania hitleriana esgrimía la cuestión judía como un casus belli, un motivo o causal de guerra, y sólo en ella llegaba a estar en el primerísimo plano de la agenda pública. Sólo para la Alemania bajo dominio nazi era la existencia de los judíos un problema tal que requiriese el diseño e implementación de políticas específicas de todo orden, desde las de índole jurídica hasta las económicas y las militares, así como la movilización prioritaria de recursos –tanto humanos como maeriales-. Sus socios adhirieron a la obsesión antisemita de manera incidental o por conveniencia (el caso italiano, por ejemplo), o al fragor de las circunstancias (sin el alineamiento de Antonescu en el bando del Eje, ¿se habría desatado la salvaje matanza de judíos por los rumanos?). En cuanto al bando contrario, lo cierto es que ni las potencias atlánticas ni la URSS hicieron la guerra por los judíos, y en ninguno de estos estados estuvo cerca de ocupar, la cuestión judía, un lugar preponderante en el discurso público: ni antes, ni durante, ni después del conflicto. Por de pronto, las políticas sobre inmigración y acogida de refugiados en los países occidentales fueron sordas y ciegas a la virulenta judeofobia manifestada a los cuatro vientos por el Tercer Reich (y hecha realidad en acontecimientos como la promulgación de las Leyes de Nuremberg o la “noche de los cristales rotos”).

Mucho antes de que la coalición anglo-estadounidense abriera un segundo frente en el teatro de operaciones europeo, en EE.UU. circulaba información –no simples rumores sino información fehaciente- sobre el cruento destino deparado a los judíos europeos por el régimen nazi, pero no fue este un asunto que se contara entre los factores que movilizaron a la opinión pública en favor de la guerra. Los llamados de auxilio de dirigentes judíos –extranjeros y nacionales- no hicieron mella en la conducción del mando anglo-estadounidense, que argüía que ningún desvío del esfuerzo de guerra era permisible. Con todo, más decidor que lo anterior resulta el que, en los comunicados generados por la prensa y por los mandos militares en torno a las atrocidades que paulatinamente revelaba el avance de las tropas aliadas, la condición judía del grueso de las víctimas quedase traslapada por la nacionalidad. Es un hecho que la política oficial de la URSS se ciñó al ocultamiento de la identidad específicamente judía de la mayoría de las muertes habidas en los campos de exterminio alemanes. (Sus vasallos del lado oriental del telón de acero no hicieron más que imitarla.) Las potencias occidentales, por su parte, eran menos renuentes a mencionar el origen judío de los fallecidos en el contexto lo que pronto se dio en llamar “genocidio”, pero la judeidad no se constituyó en una categoría oficialmente reconocida en el procesamiento de los crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad perpetrados por alemanes (juicios de Nuremberg y similares). Ni fue la judeidad una categoría que gravitase en las medidas adoptadas por las autoridades con respecto a los cientos de miles de desarraigados por obra del Tercer Reich: “persona desplazada”, esta fue la designación oficial de los que estuvieron en la órbita de la UNRRA. Solo para los nazis eran los judíos una categoría aparte, por encima de su nacionalidad e incluso de su confesión.

Por demás, el crimen que conocemos como Holocausto o Shoah, el mismo que, con Enzo Traverso, calificamos como el “paradigma de las violencias del siglo XX”, debió esperar un tiempo antes de alcanzar este status. Por lo general, la voz de los supervivientes se volvió inaudible durante décadas. Hasta fines de los años setenta el Holocausto solía pasar por acontecimiento monstruoso pero marginal, menos importante que la suerte corrida por las armas en la Segunda Guerra Mundial. La conmoción provocada en 1945 por el descubrimiento del horror no era, aún, lo que hoy vemos bien: la mácula indeleble y el gran desgarro en la conciencia del hombre moderno.

– Annette Wiewiorka, 1945: Cómo el mundo descubrió el horror. Taurus, Madrid, 2016. 240 pp.

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6 comentarios en “1945: CÓMO EL MUNDO DESCUBRIÓ EL HORROR – Annette Wiewiorka

  1. David L dice:

    Lo he tenido entre mis manos esta tarde y creo que definitivamente me haré con él, además hay un capítulo dedicado a Terezin, este año fui a visitar este campo tan peculiar y me interesa conocer un poco más ese primer contacto con el mencionado campo de concentración checo. No puedo llegar a imaginar qué debieron pensar hombres como Meyer Levin o Eric Schwab al descubrir semejantes lugares, han pasado más de 70 años desde el final de la Segunda Guerra Mundial y cada vez que me desplazo a uno de estos campos de concentración no dejo de recordar a todas las personas que sufrieron una muerte tan vil, la labor de personajes como los periodistas anteriormente aludidos nunca podrá ser suficientemente reconocida, sin crónicas como las suyas no se podría, aunque debiesen transcurrir años para lograrlo, haber sembrado la semilla para difundir al mundo todas las atrocidades que cometieron los nazis y sus aliados contra el pueblo Judio.

    Y ya que Rodrigo ha mencionado al mariscal Antonescu y al régimen rumano, un apunte: me temo que los pogromos judíos en Rumania no necesitaban del aliento alemán, el antisemitismo entre las fuerzas conservadoras y ultranacionalistas, entre ellas la Guardia de Hierro de Codreanu y de Horia Sima en colaboración con el Ejército, eran una realidad mucho antes de que los nazis empezaran a cometer sus tropelías. Hubo aliados del Eje, entre ellos Rumania, que tenían sus propias cuentas que saldar con los desgraciados Judíos que habitaban este territorio europeo…..

    Saludos.

  2. Rodrigo dice:

    Sí, David, el antisemitismo rumano era por entonces más virulento que el alemán, lo mismo que el polaco, el ruso, el ucraniano, el lituano, etc. En ninguna otra región del mundo vivían tantos judíos como en la Europa oriental –muchos más que los que residían en Alemania, desde luego-, y en ninguna otra región del mundo era la judeofobia tan intensa, sañuda y refractaria a la asimilación. Así y todo, la probabilidad de que alguno de los pueblos europeo orientales acometiese el exterminio sistemático y total de judíos era prácticamente nula. Sin las circunstancias que rodearon la alianza rumano-germana y la guerra contra la URSS, por ejemplo, difícilmente se hubiera desatado la judeofobia rumana tal cual lo hizo, con un grado de salvajismo que espantó incluso a los militares alemanes que presenciaron las matanzas perpetradas por las tropas de Antonescu. A esto me refería. Es cosa de recordar lo sucedido en Jedwabne, aquel villorrio polaco en que la mitad polaca de la población asesinó a la mitad hebrea, en 1941. (Seguramente has leído el libro de Jan Gross sobre el asunto, titulado Vecinos). ¿Hubiese tenido lugar esta masacre en otra coyuntura que la de aquel año? En Jedwabne, fue la ocupación alemana y su política de segregación y exterminio lo que dio rienda suelta al soterrado sentimiento antisemita.

    Por demás, comparto tu valoración del trabajo realizado por hombres como Meyer y Schwab.

    Muchas gracias por el comentario.

  3. David L dice:

    Desde luego Rodrigo estoy de acuerdo contigo, las circunstancias «favorables» que se dieron con la alianza germano-rumana fueron determinantes para que se produjera una de las masacres más bárbaras cometidas contra los Judíos en toda Europa. Y ya que estamos hablando gracias a tu reseña sobre los inicios del conocimiento del genocidio no está de más acordarnos de otros crímenes contra la humanidad que se sucedieron en países como la mencionada Rumanía que tal vez no son tan conocidos para el público en general. Tengo un par de libros en francés sobre el tema que son realmente interesantes:

    1) Cartea Neagra, Le livre noir de la destruction des Juifs de Roumanie 1940-1944, de Matatatias Carp, editorial Denoël, 2004.

    2) L’Horreur Oubliée. La Shoah Roumanie, Revue d’histoire de la Shoah, Memorial de la Shoah, 2011. Este un último es un trabajo colectivo.

    Por cierto, leí el libro de Jan Gross( Vecinos), es un trabajo de corta extensión pero es uno de los hechos que más me han impresionado sobre las matanzas de Judíos. Horrible que sean tus vecinos los que alienten y cometan los asesinatos al amparo de la ocupación alemana.

    Saludos.

  4. Rodrigo dice:

    Lástima que mi desconocimiento del francés me vete el acceso a esos libros, sin duda muy valiosos.

    En este contexto, el caso lituano es enteramente decidor, lo mismo que el ucraniano y el bielorruso. En general, a los alemanes no les costó nada encontrar en tierras soviéticas gente dispuesta a hacer el trabajo sucio de asesinar judíos, y por los métodos más elementales: a palos o a pedradas, incluso golpizas propinadas con las propias manos… Todo esto me recuerda que Timothy Snyder formula en Tierra negra unos planteamientos muy pertinentes sobre la nada reticente colaboración prestada a los alemanes por los nativos, en las zonas ocupadas.

    Saludos, estimado contertulio.

  5. David L dice:

    Lo prometido es deuda Rodrigo, así que leí este trabajo de Annette Wieviorka que tan brillantemente reseñaste aquí en Hislibris. El tema es obvio que me atrae sobremanera, puedo resultar repetitivo, pero sigo buscando respuestas que me hagan algún día llegar conocer cómo se pudo llegar a tal nivel de fanatismo y de barbarie humana……¡ intentar comprender casi resultaría un agravio hacia las víctimas!, como muy bien indicaba el famoso director francés del documental más destacado sobre la Shoah, Claude Lanzmann. No podría mencionar el número de trabajos que he leído sobre el Holocausto Judío, pero este, a pesar de su brevedad, me ha resultado sumamente interesante, de alguna manera Meyer Levin y Eric Schwab sembraron la semilla de lo que años más tarde sería la Memoria de la Shoah. Con ellos y su empeño por mostrar al mundo sus primeros descubrimientos de los campos de concentración pusieron la primera piedra que, aunque no vería sus frutos hasta mucho más tarde, serviría para dar a conocer al mundo qué pasó con los Judíos europeos en el Tercer Reich. La personalidad de Meyer me ha resultado también sumamente atrayente, creo que su condición de “sionista cultural”, como lo denomina la autora, no se limitaba simplemente a este aspecto, creo que en Meyer existía una identidad Judía claramente definida, tal vez diluida o camuflada por su identidad americana, pero que acabó saliendo a flote en aquellos días de primavera de 1945 en Alemania. Me imagino que ese conflicto interior necesitaba respuestas,….y me da la sensación de que fue descubriendo Buchenwald, Ohrdruf, Terezin donde las encontró.

    Interesante también me ha resultado la percepción, y en cierta manera la afectación psicológica mostrada por los soldados norteamericanos ante un descubrimiento tan macabro, no estaban preparados para tal desastre, hasta el propio Eisenhower parece acudir a Ohrdruf en persona intentando creer que no podían ser ciertos los informes que iba recibiendo. Desde luego parece claro que no existía un plan determinado con antelación para liberar los campos, se desconocía la gravedad de lo que había dentro, es decir, nadie imaginaba un horror de esas proporciones, además el elemento Judío todavía y a pesar de los descubrimientos no parecía “marcar la agenda “de tales hallazgos. De ahí la importancia de Meyer, él sí tenía claro que la comunidad Judía había sido objeto de un ataque sin parangón en la historia, y a ello dedicaría prácticamente su vida.

    Lo curioso es que a pesar de los filmes gravados y la propaganda periodística que se llevó a cabo, la Shoah como tal quedó todavía en un largo silencio solamente despertado allá por los años 80. Sin duda, nunca podremos agradecer lo suficiente a hombres como Meyer Levin y Eric Schwab aquella “muestra” del horror que debía servir para mantener la dignidad de las víctimas del nazismo.

    Saludos.

  6. Rodrigo dice:

    Ciertamente, el redescubrimiento de su judeidad fue entre los judíos asimilados uno de los efectos característicos del Holocausto. En este sentido, Levin no estuvo solo.

    También es cierto que el Holocausto no caló en el imaginario colectivo y en los estudios sociales sino de manera tardía, recién en los años 80. Antes era visto como un asunto marginal, relegado muchas veces a la zona brumosa de lo extraño e incomprensible, objeto más de estupor que de un afán por comprender. Su lugar en la historiografía y en las ciencias sociales en general era casi anecdótico, muy por el contrario de lo que hoy sucede. La famosa película de Lanzmann tuvo su parte en la toma de conciencia de aquellos años, aunque algunas de sus premisas hayan quedado desfasadas.

    Valioso comentario, David.

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